sábado, 29 de septiembre de 2007
jueves, 27 de septiembre de 2007
Uruguay literario: Juan José Morosoli, "La geografía"

La geografía
Yo conocí la geografía de mi terruño por aquel yuyero viejo.
En su canasta estaban todos los pagos, con su perfume agraz y dulce.
Con cada yuyo venía un pedazo de geografía viva. pues el yuyero al exaltar las virtudes de la planta evocaba el paisaje, los animales y los hombres...
Algunos yuyos desaparecían por algún tiempo como seres vivos.
Solamente las lluvias pertinaces, esas que levantaban de las cuevas los hongos dorados, conseguían que esta o aquella planta surgiera de la tierra. El yuyero las acechaba con la misma avidez que un pajarero acechaba a un pájaro raro.
Otras aparecían, tras un golpe de lluvia de gotas como copas de freno, en las sequías largas que calcinaban los pastos. Nacían y morían con el chaparrón.
La sierra venía con sus mil plantas llenas de espinas.
El valle dormía en la canasta con sus gramillas duras.
La cañada infantil, puro salto y espuma, con su menta espesa.
Los cerros grises y transparentes de mi pago estaban mostrando allí el cabello gris y azufrado de la marcela y la planta de la yerba blanca.
A mí me enseñó geografía el Negro Félix, el yuyero...
Juan José Morosoli
En su canasta estaban todos los pagos, con su perfume agraz y dulce.
Con cada yuyo venía un pedazo de geografía viva. pues el yuyero al exaltar las virtudes de la planta evocaba el paisaje, los animales y los hombres...
Algunos yuyos desaparecían por algún tiempo como seres vivos.
Solamente las lluvias pertinaces, esas que levantaban de las cuevas los hongos dorados, conseguían que esta o aquella planta surgiera de la tierra. El yuyero las acechaba con la misma avidez que un pajarero acechaba a un pájaro raro.
Otras aparecían, tras un golpe de lluvia de gotas como copas de freno, en las sequías largas que calcinaban los pastos. Nacían y morían con el chaparrón.

El valle dormía en la canasta con sus gramillas duras.
La cañada infantil, puro salto y espuma, con su menta espesa.
Los cerros grises y transparentes de mi pago estaban mostrando allí el cabello gris y azufrado de la marcela y la planta de la yerba blanca.
A mí me enseñó geografía el Negro Félix, el yuyero...
Juan José Morosoli
miércoles, 26 de septiembre de 2007
Uruguay literario: Juan José Morosoli, "El viaje hacia el mar"


El viaje hacia el mar
A pesar de que habían resuelto partir a las cuatro, Rataplán llegó a las tres. Era el primero en llegar.En el café había un solo hombre, sentado al lado de la puerta, desconocido para Rataplán, lo que quiere decir que no era del pueblo.-Buen Día - dijo aquél al entrar.-Bueno -respondió el otro, y acercó una silla al recién llegado como si le conociera o estuviera esperándole y, tras un silencio, agregó:-¿Madrugó, eh?-Sí -respondió Rataplán-, estamos de viaje a la playa.-¿A qué playa?-¿Hay más de una?-¡Uf!... Muchísimas. ¿No conoce el mapa?-No señor, no lo conozco...-Pues playas hay muchísimas...-Habrá. A nosotros nos lleva Rodríguez. ¿No ve que nunca hemos visto el mar?En ese momento llegaron el rengo "Siete y tres diez" con su perro, y "Leche con fideos", un hombre flaco, pálido, con una barba negrísima, de ocho días, peón de un horno de ladrillos.Se sentaron junto a Rataplán y el desconocido. Pidieron una caña y al minuto ya estaban participando familiarmente de la conversación.El desconocido hacía cuentos de tartamudos con los que ellos se destornillaban de risa. Fue Rataplán el que tuvo que pedirle al fin:-No haga más, por favor... Guarde alguno para la playa..."Siete y tres diez" se asomaba de rato en rato a la puerta, nervioso por la tardanza de los otros excusionistas.Rodríguez y el vasco Arriola llegaron cuando ya era día claro.Aquél -que era el dueño y el conductor del camión- descendió de éste, dejó el motor en marcha y se sumó a la rueda.El desconocido, que advirtió la presencia de Arriola, se acercó a la puerta e invitó:-Baje, tome una caña y nos vamos.-El día va a ser bárbaro e'calor -dijo "Leche con fideos".-Sí, nos a sacar lonjas -respondió Rodríguez.Con dificultad, pues estaban muy pesados de caña, los que aguardaban en el café subieron al camión. Después lo hicieron Rodríguez y Arriola y partieron.
El camión, un viejo Ford de bigotes, era uno de esos vehículos que al marchar dan la impresión de andar atravesados, con un juego de adentro hacia afuera en las cuatro ruedas que parecía comunicarse al motor por sus explosiones fuera de ritmo. O tal vez, el motor por algún milagro de la mecánica era el que imprimía a las ruedas aquel movimiento. A guisa de toldo tenía una malla de alambre tejido, pues Rodríguez lo destinaba al transporte de gallinas. Al lado de Rodríguez -piloto por supuesto- iba el Vasco.
Rodríguez sentía pasión por el mar. Cualquier pretexto le venía bien para llegar a él. No era pescador, ni le atraía el baño en las playas. Le gustaba el mar para verlo y sentarse a sus orillas, fumando en silencio, viendo nacer y morir las olas en un callado gozo."Siete y tres diez" era un viejo vendedor de billetes de lotería. Toda su familia la constituía su foxterrier al que había bautizado con el nombre de Aquino -el último cuatrero- como homenaje a éste y, además, porque el perro no podía ver a la policía. Apenas veía un guardiacivil huía ladrando en señal de protesta. Esto agradaba a "Siete y tres diez". Comentándolo decía que Aquino "en eso salía a él"; además tenía la seguridad de que el can era un animal "fino, lo que se dice fino, pues tenía el paladar negro y era rabón de nacimiento" lo que indicaba una segura aristocracia perruna.Rataplán había sido basurero y ahora estaba jubilado. Era sordo de un oído y le faltaban dos dedos de la mano izquierda. Se los había deshecho una máquina de alambrar siendo mocito. Al revés de "Siete y tres diez" su perro hubiera sido feliz siendo soldado. El apodo le venía de su sostumbre de seguir al batallón en sus defiles por las calles del pueblo, repitiendo en voz baja el sonido del tambor.El Vasco Juan era un hombre callado. Cuando no había trabajo en el horno acompañaba a Rodríguez en sus viajes a las chacras. Cuando estaba borracho -cosa que no ocurría muy frecuentemente- se le veía blasfemar e insultar a un desconocido- No se sabía de dónde había venido cuando llegó al pueblo. Los del grupo suponían que estos insultos iban dirigidos a alguien a quien había conocido antes, vaya a saber dónde, pues nunca se lo preguntaron. Sabían que no hay nada más sencillamente complicado que un vasco. Y que sólo un vasco -a pesar del alcohol- es capaz de guardar un secreto y hacerse enterrar con él.
Tomaron el camino de la sierra, el que termina en Pan de Azúcar, con sol alto ya. Fue aquí que Rataplán recordó los viajes que hacían los estudiantes y propuso que se cantara algo. Ninguno sabía canción alguna, con excepción del desconocido que sabía muchas, pero todas incomprensibles para ellos. Al fin coincidieron en Mi Bandera. Rataplán, a pesar de su parcial sordera era el que llevaba el compás con la mano y el único que cantaba. Los otros tarareaban y el desconocido imitaba un trombón.Cuando hacía una variación macarrónica, los otros reían estrepitosamente interrumpiendo el canto.Cuando llegaron a un trozo de camino plano, Rodríguez detuvo el camión.-Parece una bolsa de gatos -dijo. Prendió un cigarro, dió dos o tres puntapiés a las gomas del automóbil y preguntó:-¿Y para qué cantan si no hay nadie?-Cantamos como los estudiantes cuando salen por ahí -respondió Rataplán.-Pero ellos cantan en la calle para que los oigan los otros -insistió Rodríguez.El desconocido dijo entonces:-Se canta para uno... Por cantar... a veces estoy solo y canto.Rodriguez se dió cuenta entonces que el hombre era medio raro y recién se le ocurrió pensar por qué estaba allí con ellos, camino a la playa.Al reiniciar la marcha se lo preguntó al Vasco.El Vasco señaló a los que iban en el camión y dijo:-Ellos... yo vine contigo.-¿Ellos? ¿Y el camión es de ellos? ¿No fui yo quien invité?-Ahí tenés.
El camión marchaba. EL sol estaba alto. Dentro sólo se oía al desconocido cantando una canción en idioma extraño, de ritmo lento y trista. Los otros, abrumados por el sol y la caña, cabeceaban somnolientos.El camión seguía jadeando, camino adelante. Reverberaba el sol. Algún pájaro carpintero dejaba oír su grito que rasgaba la soledad. Algunos ruidos metálicos de élitros le daban a esta una dureza febril y reseca. A veces pulsaba la ardiente distancia el canto de la cigarra. Algún árbol de "Sombra de toro" se achaparraba en los flancos del camino que descendían erizados de piedra y mora y tunas "cabeza de negro". Muy lejos, en el término del camino de descenso de la cuchilla, espejeaba algún pequeño cuenco azulado, presencia de una cañada que en seguida desaparecía corriendo bajo una red de berros y espadañas, dejando como señal de su camino un trozo verde oscuro, jugoso y sedante en la pastura reseca y azufrada del resto del campo. Llegaban ahora frente a un desuñidero de carretas. Una docena de árboles daba sombra a viejos fogones sembrados de huesos.Rodríguez detuvo el vehículo nuevamente. Por el tubo del radiador ascendía una nube de vapor.-Alcanzá la damajuana -ordenó Arriola. "Leche con fideos" la puso en manos del Vasco. Este la sacudió. El recipiente estaba casi vacío.-No tiene casi -comentó éste indignado-, ¿serán tan degenerados estos tipos?Descendió y se dirigió a los hombres:-¡Tendría que bajarlos a patadas por sinvergüenzas! - Calló un segundo y miró al desconocido:-¿Y a usted quién lo invitó?-Los señores -dijo, y continuó-: yo no tomé una gota, además...Rodríguez vació el resto de la damajuana en el radiador.-Dale manija -ordenó al Vasco.Este dió dos o tres vueltas a la manivela, pero el motor no despertó. Luego repitió la maniobra sin resultado.Rodríguez, fuera de sí, se encaró con el grupo:-Bájensen plastas -dijo.Uno tras otro recibía la manivela y ponía mano a la obra. Tras un esfuerzo que los dejaba congestionados iban subiendo nuevamente al camión.El Vasco volvió a recoger la herramienta. Fuera de sí, dio como veinte vueltas al hierro hasta que Rodríguez lo detuvo.-Pará. Pará. Sos capaz de desarmarlo.Después levantó el capot. EL Vasco, inocentemente y recordando alguna frase oída en circunstancia parecida, preguntó a Rodríguez:-¿No estará frío?Rodríguez se volvió "hecho una víbora":-¿Por qué no te vas a la grandísima perra?El pobre vasco se sentó humildemente en el suelo mientras Rodríguez levantaba la tapa que cubría el motor. Tocó aquí y allá. Destornilló tuercas, unió y desunió cables sin resultado. Entonces el desconocido se ofreció:-¿Quiere que pruebe yo?Tocó una pieza y se dirigió al Vasco.-¿Me hace el favor?El hombre dio un golpe de manija y el motor empezó a marchar.El rengo, "Leche con fideos" y Rataplán empezaron a aplaudir. El camión siguió huella adelante.
Serían las once, acaso las doce, cuando Rodríguez advirtió que el radiador había agotado el agua, pues ya no salía vapor. Además no podía soportar el calor que ascendía del motor. No podía soportarlo en los pies.-Tenemos que echarle agua -dijo-. No podemos seguir más.Pero el camino seguía por el lomo de la cuchilla. Por un plano muy tendido descendía esta. Casi borradas, como cicatrices de la luz brutal, se veían allá abajo las manchas verdes de la vegetación que anunciaban al nacimiento de las vertientes.Rataplán, parado sobre un cajón, miró hacia allá y comentó:-Ta feo para bajar y subir con agua...Rodríguez recordó lo de la damajuana.-Culpa de ustedes, degenerados... Bueno -terminó- vamos a seguir despacio.El sol ascendía implacablemente mientras la damajuana de caña descendía también implacablemente. El perro, echado en el centro del piso, jadeaba con agitación creciente.Rataplán lo observó y comentó:-¿No se pondrá a rabiar este infeliz?El desconocido lo miró y exclamó:-No tenga miedo... Mientras esté la lengua húmeda no hay peligro.El rengo le sonrió agradecido.
Bajo un grupo de canelones al borde mismo del camino, había desuñido una carreta. El carrero había hecho fuego y aprontaba el mate. Los bueyes bajaban lentamente por el declive áspero hacia las aguadas perdidas en el espadañal del bajo.El carrero, en cuclillas, parecía no haber visto ni oído la llegada de los excursionistas. Rodríguez bajó y se acercó al hombre:-Buen día amigo - le dijo.El hombre movió la cabeza. Si dijo algo, Rodríguez no lo oyó. Tras un silencio preguntó:-¿No hay agua por aquí?-Atrás - respondió el otro.Rodríguez dió un rodeo y volvió a enfrentar al hombre:-No vi -dijo.El carrero enderezó el cuerpo, caminó unos pasos, se agachó evitando las espinas de un tala y señalando una roca hendida coronada por un coronilla retorcido señaló:-¡Allí!Un hilo de agua se deslizaba por la frente de la roce y caía en una pequeña hoya colmada.Rodríguez, casi corriendo de alegría, se dirigió al grupo:-¡Bajen! ¡Bajen! ¡Hay agua a patadas!Bebieron todos. Después el perro. Luego refrescaron cabeza y cuello entre risas y carcajadas. Al fin empezaron a llenar la damajuana que vaciaron una, dos, tres veces en el radiador hasta que éste se enfrió completamente.-Bueno -habló Rodríguez- ¡a bordo otra vez!Cuando estuvieron arriba, "Leche con fideos" sintió un olor desagradable. Le preguntó al desconocido:-¿Usted no siente olor feo?-Siento. Hace mucho rato que siento.Intervino Rataplán:-Es la carne. Jiede que se las pela...Y entonces "Siete y tres diez" dejó caer esta observación:-¡Mire que la carne cuando jiede, jiede!
Habían andado media hora cuando divisaron una mancha negra violenta y prendida como un remiendo en el espacio dorado reverberante y como movido por una brisa que llegara desde abajo, del médano tendido.-¡Allá es" -Dijo Rodríguez.Los de adentro iniciaron entonces un nuevo coro lleno de desmayos e interrupciones. Iban semiacostados en el piso. Solo el desconocido, tocando su trombón y haciendo sus variaciones llenas de gracia, se mantenía en pie.
Serían las once, acaso las doce, cuando Rodríguez advirtió que el radiador había agotado el agua, pues ya no salía vapor. Además no podía soportar el calor que ascendía del motor. No podía soportarlo en los pies.-Tenemos que echarle agua -dijo-. No podemos seguir más.Pero el camino seguía por el lomo de la cuchilla. Por un plano muy tendido descendía esta. Casi borradas, como cicatrices de la luz brutal, se veían allá abajo las manchas verdes de la vegetación que anunciaban al nacimiento de las vertientes.Rataplán, parado sobre un cajón, miró hacia allá y comentó:-Ta feo para bajar y subir con agua...Rodríguez recordó lo de la damajuana.-Culpa de ustedes, degenerados... Bueno -terminó- vamos a seguir despacio.El sol ascendía implacablemente mientras la damajuana de caña descendía también implacablemente. El perro, echado en el centro del piso, jadeaba con agitación creciente.Rataplán lo observó y comentó:-¿No se pondrá a rabiar este infeliz?El desconocido lo miró y exclamó:-No tenga miedo... Mientras esté la lengua húmeda no hay peligro.El rengo le sonrió agradecido.
Bajo un grupo de canelones al borde mismo del camino, había desuñido una carreta. El carrero había hecho fuego y aprontaba el mate. Los bueyes bajaban lentamente por el declive áspero hacia las aguadas perdidas en el espadañal del bajo.El carrero, en cuclillas, parecía no haber visto ni oído la llegada de los excursionistas. Rodríguez bajó y se acercó al hombre:-Buen día amigo - le dijo.El hombre movió la cabeza. Si dijo algo, Rodríguez no lo oyó. Tras un silencio preguntó:-¿No hay agua por aquí?-Atrás - respondió el otro.Rodríguez dió un rodeo y volvió a enfrentar al hombre:-No vi -dijo.El carrero enderezó el cuerpo, caminó unos pasos, se agachó evitando las espinas de un tala y señalando una roca hendida coronada por un coronilla retorcido señaló:-¡Allí!Un hilo de agua se deslizaba por la frente de la roce y caía en una pequeña hoya colmada.Rodríguez, casi corriendo de alegría, se dirigió al grupo:-¡Bajen! ¡Bajen! ¡Hay agua a patadas!Bebieron todos. Después el perro. Luego refrescaron cabeza y cuello entre risas y carcajadas. Al fin empezaron a llenar la damajuana que vaciaron una, dos, tres veces en el radiador hasta que éste se enfrió completamente.-Bueno -habló Rodríguez- ¡a bordo otra vez!Cuando estuvieron arriba, "Leche con fideos" sintió un olor desagradable. Le preguntó al desconocido:-¿Usted no siente olor feo?-Siento. Hace mucho rato que siento.Intervino Rataplán:-Es la carne. Jiede que se las pela...Y entonces "Siete y tres diez" dejó caer esta observación:-¡Mire que la carne cuando jiede, jiede!
Habían andado media hora cuando divisaron una mancha negra violenta y prendida como un remiendo en el espacio dorado reverberante y como movido por una brisa que llegara desde abajo, del médano tendido.-¡Allá es" -Dijo Rodríguez.Los de adentro iniciaron entonces un nuevo coro lleno de desmayos e interrupciones. Iban semiacostados en el piso. Solo el desconocido, tocando su trombón y haciendo sus variaciones llenas de gracia, se mantenía en pie.
Ahora sí. Habían llegado. Al borde del monte de eucaliptos y pinos se detuvo el camión.-Hemos pasao de todo -comentó Rodríguez- ¡pero ahora van a ver lo que es el mar!Tiró el saco y la camisa en el césped, hinchó el pecho cubierto de sudor y volvió a hablar:-¡Esto es vida!...Miró el mar amorosamente y exclamó:-¡Es loco que está lindo!...El último en bajar fue "Siete y tres diez". Apenas pudo hacerlo con el perro en brazos. Este, apenas tocó tierra, levantó la cabeza y como atacado súbitamente por alguna droga desconocida inició una carrera frenética hacia el mar. "Siete y tres diez" lo vio alejarse con estupor. Luego comprendió la razón de la fuga y salió tras de él gritando a todo pulmón:-¡No tomés de esa que es salada! ¡No tomés que es salada!... -repetía.Y se fue tras el perro. Entre revolcón y otro, el rengo con su marcha despareja levantaba una nube de arena. Caía grotescamente mientras seguía gritando. Al fin el rengo y los gritos se perdieron tras el médano. Los del grupo reían a carcajadas. Rodríguez, ya dueño feliz de la inmensidad, lloraba de risa.-¡Ay, mi Dios -decía- ésto es de más!... Es de más.Después fueron todos a la cachimba a refrescarse y traer agua.
Ahora sí. Habían llegado. Al borde del monte de eucaliptos y pinos se detuvo el camión.-Hemos pasao de todo -comentó Rodríguez- ¡pero ahora van a ver lo que es el mar!Tiró el saco y la camisa en el césped, hinchó el pecho cubierto de sudor y volvió a hablar:-¡Esto es vida!...Miró el mar amorosamente y exclamó:-¡Es loco que está lindo!...El último en bajar fue "Siete y tres diez". Apenas pudo hacerlo con el perro en brazos. Este, apenas tocó tierra, levantó la cabeza y como atacado súbitamente por alguna droga desconocida inició una carrera frenética hacia el mar. "Siete y tres diez" lo vio alejarse con estupor. Luego comprendió la razón de la fuga y salió tras de él gritando a todo pulmón:-¡No tomés de esa que es salada! ¡No tomés que es salada!... -repetía.Y se fue tras el perro. Entre revolcón y otro, el rengo con su marcha despareja levantaba una nube de arena. Caía grotescamente mientras seguía gritando. Al fin el rengo y los gritos se perdieron tras el médano. Los del grupo reían a carcajadas. Rodríguez, ya dueño feliz de la inmensidad, lloraba de risa.-¡Ay, mi Dios -decía- ésto es de más!... Es de más.Después fueron todos a la cachimba a refrescarse y traer agua.
Ya ardía el fogón. EL Vasco lavaba por quinta vez la carne descompuesta. Vieron entonces llegar al rengo con el perro en brazos. El animal aparecía hinchado, con la barriga como un odre, a punto de reventar.-Parece un perro de goma -comentó el desconocido.-¿Lo trajiste para aprender a nadar? -preguntó Rodríguez.Y empezaron otra vez a reír a carcajadas mientras el rengo miraba cariñosamente al perro tendido en la gramilla.-No se asuste -consoló el desconocido a "Siete y tres diez" -el agua salada no mata... es un purgante.
Al rato llegó un hombre del lugar. Jinete en un caballo arenero de vasos como platos, venía a ofrecerse por si necesitaban alguna cosa.Lo mandaron al boliche por caña y vino. Todos se sentían felices. Estaban en paz. Gozaban de aquella brisa que luego del viaje accidentado y ardiente resultaba deliciosa.Con la excepción de una discusión entre "Siete y tres diez" y "Leche con fideos", que sostenía que la guerra de 1904 había empezado después que la de 1914, a la que puso fin Siete y tres diez" generosamente dándole la razón, todo marchó maravillosamente bien.
Habían almorzado. Habían sesteado. Tomaron mate, se refrescaron en la cachimba. Conversaron. Aprontaron el mate nuevamente.Rodríguez, luego de hablar mucho del mar, se dirigió a la costa.Estuvo allí un largo rato, callado, abstraído. Fumando en silencio, mirando a la distancia remota, siguiendo el vuelo de las gaviotas, viendo morir y renacer las olas interminables.Los amigos lo veían allí, sentado, quieto, solo frente al mar y la tarde que expiraba ya.-¿Qué estará haciendo? -Preguntó "Siete y tres diez".-Mirando el mar y nada más -dijo el desconocido.-Sí. Pero con verlo una vez alcanza -terminó Rataplán.
Habían almorzado. Habían sesteado. Tomaron mate, se refrescaron en la cachimba. Conversaron. Aprontaron el mate nuevamente.Rodríguez, luego de hablar mucho del mar, se dirigió a la costa.Estuvo allí un largo rato, callado, abstraído. Fumando en silencio, mirando a la distancia remota, siguiendo el vuelo de las gaviotas, viendo morir y renacer las olas interminables.Los amigos lo veían allí, sentado, quieto, solo frente al mar y la tarde que expiraba ya.-¿Qué estará haciendo? -Preguntó "Siete y tres diez".-Mirando el mar y nada más -dijo el desconocido.-Sí. Pero con verlo una vez alcanza -terminó Rataplán.
Como sus amigos -los invitados para ver el mar- no venían, Rodríguez fue al fogón a buscarlos.-Vamos... -dijo-. Los traje a ver el mar y ustedes están aquí, bajo los árboles... Árboles hay en todos lados.Los otros no dijeron nada. Lo siguieron callados y pacientes.-El mar -decía Rodríguez- es una cosa muy soberbia y bárbara... Para mí es un misterio que no me puedo explicar...Los otros seguían callados tratando de saber a que conclusiones quería llegar Rodríguez. Y tratando además de explicarse por qué éste les había hecho hacer aquel viaje para ver el mar. Cierto era que ellos nunca lo habían visto, pero bien se podía comprender sin verlo que el mar es el mar.
Ya estaban frente a aquella cosa soberbia, bárbara y misteriosa -según Rodríguez-, callados, esperando cada uno la voz del otro. Caía el sol.-¿Qué te parece? -preguntó Rodríguez a "Siete y tres diez", señalando con el brazo extendido hacia el poniente.-Y...-respondió aquél- es pura agua... Más o menos como la tierra que es tierra... nada más que es agua...Rodríguez sintió rabia y desilusión. ¿Aquélla era una contestación? ¿El y el mar merecían esta afrentosa respuesta?...-¿Y si es agua qué te voy a decir? ¿Qué es tierra? -terminó "Siete y tres diez".El Vasco se había agachado. Apretaba y soltaba el puño levantando y dejando caer puñados de arena.Rodríguez se dirigió a él:-¿Y a vos qué te parece?El Vasco lo miró como si hablara en inglés.-¿El qué? -preguntó.-¿El qué? ¿Qué va a ser? ¡El mar!El Vasco lentamente dijo lo siguiente:-¿El mar?... Lo más lindo que tiene es la arena... ¡No parece arena y es arena!"Leche con fideos" estaba por allí. Rodríguez meneó la cabeza desilusionado. Con la vista lo interrogó:-¡Qué cantidad de agua! -dijo "Leche con fideos"-.De lo que no me doy cuenta es para dónde corre...Se acercó a Rataplán.-¿Qué decís, Rataplán -preguntó Rodríguez-, es grande o no es grande esto?-Es -respondió y volvió a repetir- es. Pero no tiene barcos... Y para mí un mar sin barcos es como un campo sin árboles... ¿Entendés lo que te quiero decir?... Pintás un campo y si no le ponés un rancho o un árbol no te representa nada...Eso ya era algo. Rodríguez se consideró obligado a explicarle a aquel infeliz que no sabía nada del mar, algunas cosas del mar:-Mirá: los barcos pasar por el canal. Como a dos leguas de aquí... Ahora mismo estará pasando alguno.Rataplán trato de pararse en puntas de pie y miró en la dirección que señalaba Rodríguez.-Yo no veo nada, dijo.-No los ves porque la tierra es redonda...Se disponía a seguir cuando Rataplán, con sorna, preguntó nuevamente:-¿Y el agua es redonda también?Rodríguez no pudo más. Se dió vuelta e inició el camino de regreso hacia el campamento.-¡Que Dios me castigue -pensaba- si alguna vez traigo más animales de estos a ver el mar!
A pesar de que habían resuelto partir a las cuatro, Rataplán llegó a las tres. Era el primero en llegar.En el café había un solo hombre, sentado al lado de la puerta, desconocido para Rataplán, lo que quiere decir que no era del pueblo.-Buen Día - dijo aquél al entrar.-Bueno -respondió el otro, y acercó una silla al recién llegado como si le conociera o estuviera esperándole y, tras un silencio, agregó:-¿Madrugó, eh?-Sí -respondió Rataplán-, estamos de viaje a la playa.-¿A qué playa?-¿Hay más de una?-¡Uf!... Muchísimas. ¿No conoce el mapa?-No señor, no lo conozco...-Pues playas hay muchísimas...-Habrá. A nosotros nos lleva Rodríguez. ¿No ve que nunca hemos visto el mar?En ese momento llegaron el rengo "Siete y tres diez" con su perro, y "Leche con fideos", un hombre flaco, pálido, con una barba negrísima, de ocho días, peón de un horno de ladrillos.Se sentaron junto a Rataplán y el desconocido. Pidieron una caña y al minuto ya estaban participando familiarmente de la conversación.El desconocido hacía cuentos de tartamudos con los que ellos se destornillaban de risa. Fue Rataplán el que tuvo que pedirle al fin:-No haga más, por favor... Guarde alguno para la playa..."Siete y tres diez" se asomaba de rato en rato a la puerta, nervioso por la tardanza de los otros excusionistas.Rodríguez y el vasco Arriola llegaron cuando ya era día claro.Aquél -que era el dueño y el conductor del camión- descendió de éste, dejó el motor en marcha y se sumó a la rueda.El desconocido, que advirtió la presencia de Arriola, se acercó a la puerta e invitó:-Baje, tome una caña y nos vamos.-El día va a ser bárbaro e'calor -dijo "Leche con fideos".-Sí, nos a sacar lonjas -respondió Rodríguez.Con dificultad, pues estaban muy pesados de caña, los que aguardaban en el café subieron al camión. Después lo hicieron Rodríguez y Arriola y partieron.
El camión, un viejo Ford de bigotes, era uno de esos vehículos que al marchar dan la impresión de andar atravesados, con un juego de adentro hacia afuera en las cuatro ruedas que parecía comunicarse al motor por sus explosiones fuera de ritmo. O tal vez, el motor por algún milagro de la mecánica era el que imprimía a las ruedas aquel movimiento. A guisa de toldo tenía una malla de alambre tejido, pues Rodríguez lo destinaba al transporte de gallinas. Al lado de Rodríguez -piloto por supuesto- iba el Vasco.
Rodríguez sentía pasión por el mar. Cualquier pretexto le venía bien para llegar a él. No era pescador, ni le atraía el baño en las playas. Le gustaba el mar para verlo y sentarse a sus orillas, fumando en silencio, viendo nacer y morir las olas en un callado gozo."Siete y tres diez" era un viejo vendedor de billetes de lotería. Toda su familia la constituía su foxterrier al que había bautizado con el nombre de Aquino -el último cuatrero- como homenaje a éste y, además, porque el perro no podía ver a la policía. Apenas veía un guardiacivil huía ladrando en señal de protesta. Esto agradaba a "Siete y tres diez". Comentándolo decía que Aquino "en eso salía a él"; además tenía la seguridad de que el can era un animal "fino, lo que se dice fino, pues tenía el paladar negro y era rabón de nacimiento" lo que indicaba una segura aristocracia perruna.Rataplán había sido basurero y ahora estaba jubilado. Era sordo de un oído y le faltaban dos dedos de la mano izquierda. Se los había deshecho una máquina de alambrar siendo mocito. Al revés de "Siete y tres diez" su perro hubiera sido feliz siendo soldado. El apodo le venía de su sostumbre de seguir al batallón en sus defiles por las calles del pueblo, repitiendo en voz baja el sonido del tambor.El Vasco Juan era un hombre callado. Cuando no había trabajo en el horno acompañaba a Rodríguez en sus viajes a las chacras. Cuando estaba borracho -cosa que no ocurría muy frecuentemente- se le veía blasfemar e insultar a un desconocido- No se sabía de dónde había venido cuando llegó al pueblo. Los del grupo suponían que estos insultos iban dirigidos a alguien a quien había conocido antes, vaya a saber dónde, pues nunca se lo preguntaron. Sabían que no hay nada más sencillamente complicado que un vasco. Y que sólo un vasco -a pesar del alcohol- es capaz de guardar un secreto y hacerse enterrar con él.
Tomaron el camino de la sierra, el que termina en Pan de Azúcar, con sol alto ya. Fue aquí que Rataplán recordó los viajes que hacían los estudiantes y propuso que se cantara algo. Ninguno sabía canción alguna, con excepción del desconocido que sabía muchas, pero todas incomprensibles para ellos. Al fin coincidieron en Mi Bandera. Rataplán, a pesar de su parcial sordera era el que llevaba el compás con la mano y el único que cantaba. Los otros tarareaban y el desconocido imitaba un trombón.Cuando hacía una variación macarrónica, los otros reían estrepitosamente interrumpiendo el canto.Cuando llegaron a un trozo de camino plano, Rodríguez detuvo el camión.-Parece una bolsa de gatos -dijo. Prendió un cigarro, dió dos o tres puntapiés a las gomas del automóbil y preguntó:-¿Y para qué cantan si no hay nadie?-Cantamos como los estudiantes cuando salen por ahí -respondió Rataplán.-Pero ellos cantan en la calle para que los oigan los otros -insistió Rodríguez.El desconocido dijo entonces:-Se canta para uno... Por cantar... a veces estoy solo y canto.Rodriguez se dió cuenta entonces que el hombre era medio raro y recién se le ocurrió pensar por qué estaba allí con ellos, camino a la playa.Al reiniciar la marcha se lo preguntó al Vasco.El Vasco señaló a los que iban en el camión y dijo:-Ellos... yo vine contigo.-¿Ellos? ¿Y el camión es de ellos? ¿No fui yo quien invité?-Ahí tenés.
El camión marchaba. EL sol estaba alto. Dentro sólo se oía al desconocido cantando una canción en idioma extraño, de ritmo lento y trista. Los otros, abrumados por el sol y la caña, cabeceaban somnolientos.El camión seguía jadeando, camino adelante. Reverberaba el sol. Algún pájaro carpintero dejaba oír su grito que rasgaba la soledad. Algunos ruidos metálicos de élitros le daban a esta una dureza febril y reseca. A veces pulsaba la ardiente distancia el canto de la cigarra. Algún árbol de "Sombra de toro" se achaparraba en los flancos del camino que descendían erizados de piedra y mora y tunas "cabeza de negro". Muy lejos, en el término del camino de descenso de la cuchilla, espejeaba algún pequeño cuenco azulado, presencia de una cañada que en seguida desaparecía corriendo bajo una red de berros y espadañas, dejando como señal de su camino un trozo verde oscuro, jugoso y sedante en la pastura reseca y azufrada del resto del campo. Llegaban ahora frente a un desuñidero de carretas. Una docena de árboles daba sombra a viejos fogones sembrados de huesos.Rodríguez detuvo el vehículo nuevamente. Por el tubo del radiador ascendía una nube de vapor.-Alcanzá la damajuana -ordenó Arriola. "Leche con fideos" la puso en manos del Vasco. Este la sacudió. El recipiente estaba casi vacío.-No tiene casi -comentó éste indignado-, ¿serán tan degenerados estos tipos?Descendió y se dirigió a los hombres:-¡Tendría que bajarlos a patadas por sinvergüenzas! - Calló un segundo y miró al desconocido:-¿Y a usted quién lo invitó?-Los señores -dijo, y continuó-: yo no tomé una gota, además...Rodríguez vació el resto de la damajuana en el radiador.-Dale manija -ordenó al Vasco.Este dió dos o tres vueltas a la manivela, pero el motor no despertó. Luego repitió la maniobra sin resultado.Rodríguez, fuera de sí, se encaró con el grupo:-Bájensen plastas -dijo.Uno tras otro recibía la manivela y ponía mano a la obra. Tras un esfuerzo que los dejaba congestionados iban subiendo nuevamente al camión.El Vasco volvió a recoger la herramienta. Fuera de sí, dio como veinte vueltas al hierro hasta que Rodríguez lo detuvo.-Pará. Pará. Sos capaz de desarmarlo.Después levantó el capot. EL Vasco, inocentemente y recordando alguna frase oída en circunstancia parecida, preguntó a Rodríguez:-¿No estará frío?Rodríguez se volvió "hecho una víbora":-¿Por qué no te vas a la grandísima perra?El pobre vasco se sentó humildemente en el suelo mientras Rodríguez levantaba la tapa que cubría el motor. Tocó aquí y allá. Destornilló tuercas, unió y desunió cables sin resultado. Entonces el desconocido se ofreció:-¿Quiere que pruebe yo?Tocó una pieza y se dirigió al Vasco.-¿Me hace el favor?El hombre dio un golpe de manija y el motor empezó a marchar.El rengo, "Leche con fideos" y Rataplán empezaron a aplaudir. El camión siguió huella adelante.
Serían las once, acaso las doce, cuando Rodríguez advirtió que el radiador había agotado el agua, pues ya no salía vapor. Además no podía soportar el calor que ascendía del motor. No podía soportarlo en los pies.-Tenemos que echarle agua -dijo-. No podemos seguir más.Pero el camino seguía por el lomo de la cuchilla. Por un plano muy tendido descendía esta. Casi borradas, como cicatrices de la luz brutal, se veían allá abajo las manchas verdes de la vegetación que anunciaban al nacimiento de las vertientes.Rataplán, parado sobre un cajón, miró hacia allá y comentó:-Ta feo para bajar y subir con agua...Rodríguez recordó lo de la damajuana.-Culpa de ustedes, degenerados... Bueno -terminó- vamos a seguir despacio.El sol ascendía implacablemente mientras la damajuana de caña descendía también implacablemente. El perro, echado en el centro del piso, jadeaba con agitación creciente.Rataplán lo observó y comentó:-¿No se pondrá a rabiar este infeliz?El desconocido lo miró y exclamó:-No tenga miedo... Mientras esté la lengua húmeda no hay peligro.El rengo le sonrió agradecido.
Bajo un grupo de canelones al borde mismo del camino, había desuñido una carreta. El carrero había hecho fuego y aprontaba el mate. Los bueyes bajaban lentamente por el declive áspero hacia las aguadas perdidas en el espadañal del bajo.El carrero, en cuclillas, parecía no haber visto ni oído la llegada de los excursionistas. Rodríguez bajó y se acercó al hombre:-Buen día amigo - le dijo.El hombre movió la cabeza. Si dijo algo, Rodríguez no lo oyó. Tras un silencio preguntó:-¿No hay agua por aquí?-Atrás - respondió el otro.Rodríguez dió un rodeo y volvió a enfrentar al hombre:-No vi -dijo.El carrero enderezó el cuerpo, caminó unos pasos, se agachó evitando las espinas de un tala y señalando una roca hendida coronada por un coronilla retorcido señaló:-¡Allí!Un hilo de agua se deslizaba por la frente de la roce y caía en una pequeña hoya colmada.Rodríguez, casi corriendo de alegría, se dirigió al grupo:-¡Bajen! ¡Bajen! ¡Hay agua a patadas!Bebieron todos. Después el perro. Luego refrescaron cabeza y cuello entre risas y carcajadas. Al fin empezaron a llenar la damajuana que vaciaron una, dos, tres veces en el radiador hasta que éste se enfrió completamente.-Bueno -habló Rodríguez- ¡a bordo otra vez!Cuando estuvieron arriba, "Leche con fideos" sintió un olor desagradable. Le preguntó al desconocido:-¿Usted no siente olor feo?-Siento. Hace mucho rato que siento.Intervino Rataplán:-Es la carne. Jiede que se las pela...Y entonces "Siete y tres diez" dejó caer esta observación:-¡Mire que la carne cuando jiede, jiede!
Habían andado media hora cuando divisaron una mancha negra violenta y prendida como un remiendo en el espacio dorado reverberante y como movido por una brisa que llegara desde abajo, del médano tendido.-¡Allá es" -Dijo Rodríguez.Los de adentro iniciaron entonces un nuevo coro lleno de desmayos e interrupciones. Iban semiacostados en el piso. Solo el desconocido, tocando su trombón y haciendo sus variaciones llenas de gracia, se mantenía en pie.
Serían las once, acaso las doce, cuando Rodríguez advirtió que el radiador había agotado el agua, pues ya no salía vapor. Además no podía soportar el calor que ascendía del motor. No podía soportarlo en los pies.-Tenemos que echarle agua -dijo-. No podemos seguir más.Pero el camino seguía por el lomo de la cuchilla. Por un plano muy tendido descendía esta. Casi borradas, como cicatrices de la luz brutal, se veían allá abajo las manchas verdes de la vegetación que anunciaban al nacimiento de las vertientes.Rataplán, parado sobre un cajón, miró hacia allá y comentó:-Ta feo para bajar y subir con agua...Rodríguez recordó lo de la damajuana.-Culpa de ustedes, degenerados... Bueno -terminó- vamos a seguir despacio.El sol ascendía implacablemente mientras la damajuana de caña descendía también implacablemente. El perro, echado en el centro del piso, jadeaba con agitación creciente.Rataplán lo observó y comentó:-¿No se pondrá a rabiar este infeliz?El desconocido lo miró y exclamó:-No tenga miedo... Mientras esté la lengua húmeda no hay peligro.El rengo le sonrió agradecido.
Bajo un grupo de canelones al borde mismo del camino, había desuñido una carreta. El carrero había hecho fuego y aprontaba el mate. Los bueyes bajaban lentamente por el declive áspero hacia las aguadas perdidas en el espadañal del bajo.El carrero, en cuclillas, parecía no haber visto ni oído la llegada de los excursionistas. Rodríguez bajó y se acercó al hombre:-Buen día amigo - le dijo.El hombre movió la cabeza. Si dijo algo, Rodríguez no lo oyó. Tras un silencio preguntó:-¿No hay agua por aquí?-Atrás - respondió el otro.Rodríguez dió un rodeo y volvió a enfrentar al hombre:-No vi -dijo.El carrero enderezó el cuerpo, caminó unos pasos, se agachó evitando las espinas de un tala y señalando una roca hendida coronada por un coronilla retorcido señaló:-¡Allí!Un hilo de agua se deslizaba por la frente de la roce y caía en una pequeña hoya colmada.Rodríguez, casi corriendo de alegría, se dirigió al grupo:-¡Bajen! ¡Bajen! ¡Hay agua a patadas!Bebieron todos. Después el perro. Luego refrescaron cabeza y cuello entre risas y carcajadas. Al fin empezaron a llenar la damajuana que vaciaron una, dos, tres veces en el radiador hasta que éste se enfrió completamente.-Bueno -habló Rodríguez- ¡a bordo otra vez!Cuando estuvieron arriba, "Leche con fideos" sintió un olor desagradable. Le preguntó al desconocido:-¿Usted no siente olor feo?-Siento. Hace mucho rato que siento.Intervino Rataplán:-Es la carne. Jiede que se las pela...Y entonces "Siete y tres diez" dejó caer esta observación:-¡Mire que la carne cuando jiede, jiede!
Habían andado media hora cuando divisaron una mancha negra violenta y prendida como un remiendo en el espacio dorado reverberante y como movido por una brisa que llegara desde abajo, del médano tendido.-¡Allá es" -Dijo Rodríguez.Los de adentro iniciaron entonces un nuevo coro lleno de desmayos e interrupciones. Iban semiacostados en el piso. Solo el desconocido, tocando su trombón y haciendo sus variaciones llenas de gracia, se mantenía en pie.
Ahora sí. Habían llegado. Al borde del monte de eucaliptos y pinos se detuvo el camión.-Hemos pasao de todo -comentó Rodríguez- ¡pero ahora van a ver lo que es el mar!Tiró el saco y la camisa en el césped, hinchó el pecho cubierto de sudor y volvió a hablar:-¡Esto es vida!...Miró el mar amorosamente y exclamó:-¡Es loco que está lindo!...El último en bajar fue "Siete y tres diez". Apenas pudo hacerlo con el perro en brazos. Este, apenas tocó tierra, levantó la cabeza y como atacado súbitamente por alguna droga desconocida inició una carrera frenética hacia el mar. "Siete y tres diez" lo vio alejarse con estupor. Luego comprendió la razón de la fuga y salió tras de él gritando a todo pulmón:-¡No tomés de esa que es salada! ¡No tomés que es salada!... -repetía.Y se fue tras el perro. Entre revolcón y otro, el rengo con su marcha despareja levantaba una nube de arena. Caía grotescamente mientras seguía gritando. Al fin el rengo y los gritos se perdieron tras el médano. Los del grupo reían a carcajadas. Rodríguez, ya dueño feliz de la inmensidad, lloraba de risa.-¡Ay, mi Dios -decía- ésto es de más!... Es de más.Después fueron todos a la cachimba a refrescarse y traer agua.
Ahora sí. Habían llegado. Al borde del monte de eucaliptos y pinos se detuvo el camión.-Hemos pasao de todo -comentó Rodríguez- ¡pero ahora van a ver lo que es el mar!Tiró el saco y la camisa en el césped, hinchó el pecho cubierto de sudor y volvió a hablar:-¡Esto es vida!...Miró el mar amorosamente y exclamó:-¡Es loco que está lindo!...El último en bajar fue "Siete y tres diez". Apenas pudo hacerlo con el perro en brazos. Este, apenas tocó tierra, levantó la cabeza y como atacado súbitamente por alguna droga desconocida inició una carrera frenética hacia el mar. "Siete y tres diez" lo vio alejarse con estupor. Luego comprendió la razón de la fuga y salió tras de él gritando a todo pulmón:-¡No tomés de esa que es salada! ¡No tomés que es salada!... -repetía.Y se fue tras el perro. Entre revolcón y otro, el rengo con su marcha despareja levantaba una nube de arena. Caía grotescamente mientras seguía gritando. Al fin el rengo y los gritos se perdieron tras el médano. Los del grupo reían a carcajadas. Rodríguez, ya dueño feliz de la inmensidad, lloraba de risa.-¡Ay, mi Dios -decía- ésto es de más!... Es de más.Después fueron todos a la cachimba a refrescarse y traer agua.
Ya ardía el fogón. EL Vasco lavaba por quinta vez la carne descompuesta. Vieron entonces llegar al rengo con el perro en brazos. El animal aparecía hinchado, con la barriga como un odre, a punto de reventar.-Parece un perro de goma -comentó el desconocido.-¿Lo trajiste para aprender a nadar? -preguntó Rodríguez.Y empezaron otra vez a reír a carcajadas mientras el rengo miraba cariñosamente al perro tendido en la gramilla.-No se asuste -consoló el desconocido a "Siete y tres diez" -el agua salada no mata... es un purgante.
Al rato llegó un hombre del lugar. Jinete en un caballo arenero de vasos como platos, venía a ofrecerse por si necesitaban alguna cosa.Lo mandaron al boliche por caña y vino. Todos se sentían felices. Estaban en paz. Gozaban de aquella brisa que luego del viaje accidentado y ardiente resultaba deliciosa.Con la excepción de una discusión entre "Siete y tres diez" y "Leche con fideos", que sostenía que la guerra de 1904 había empezado después que la de 1914, a la que puso fin Siete y tres diez" generosamente dándole la razón, todo marchó maravillosamente bien.
Habían almorzado. Habían sesteado. Tomaron mate, se refrescaron en la cachimba. Conversaron. Aprontaron el mate nuevamente.Rodríguez, luego de hablar mucho del mar, se dirigió a la costa.Estuvo allí un largo rato, callado, abstraído. Fumando en silencio, mirando a la distancia remota, siguiendo el vuelo de las gaviotas, viendo morir y renacer las olas interminables.Los amigos lo veían allí, sentado, quieto, solo frente al mar y la tarde que expiraba ya.-¿Qué estará haciendo? -Preguntó "Siete y tres diez".-Mirando el mar y nada más -dijo el desconocido.-Sí. Pero con verlo una vez alcanza -terminó Rataplán.
Habían almorzado. Habían sesteado. Tomaron mate, se refrescaron en la cachimba. Conversaron. Aprontaron el mate nuevamente.Rodríguez, luego de hablar mucho del mar, se dirigió a la costa.Estuvo allí un largo rato, callado, abstraído. Fumando en silencio, mirando a la distancia remota, siguiendo el vuelo de las gaviotas, viendo morir y renacer las olas interminables.Los amigos lo veían allí, sentado, quieto, solo frente al mar y la tarde que expiraba ya.-¿Qué estará haciendo? -Preguntó "Siete y tres diez".-Mirando el mar y nada más -dijo el desconocido.-Sí. Pero con verlo una vez alcanza -terminó Rataplán.
Como sus amigos -los invitados para ver el mar- no venían, Rodríguez fue al fogón a buscarlos.-Vamos... -dijo-. Los traje a ver el mar y ustedes están aquí, bajo los árboles... Árboles hay en todos lados.Los otros no dijeron nada. Lo siguieron callados y pacientes.-El mar -decía Rodríguez- es una cosa muy soberbia y bárbara... Para mí es un misterio que no me puedo explicar...Los otros seguían callados tratando de saber a que conclusiones quería llegar Rodríguez. Y tratando además de explicarse por qué éste les había hecho hacer aquel viaje para ver el mar. Cierto era que ellos nunca lo habían visto, pero bien se podía comprender sin verlo que el mar es el mar.
Ya estaban frente a aquella cosa soberbia, bárbara y misteriosa -según Rodríguez-, callados, esperando cada uno la voz del otro. Caía el sol.-¿Qué te parece? -preguntó Rodríguez a "Siete y tres diez", señalando con el brazo extendido hacia el poniente.-Y...-respondió aquél- es pura agua... Más o menos como la tierra que es tierra... nada más que es agua...Rodríguez sintió rabia y desilusión. ¿Aquélla era una contestación? ¿El y el mar merecían esta afrentosa respuesta?...-¿Y si es agua qué te voy a decir? ¿Qué es tierra? -terminó "Siete y tres diez".El Vasco se había agachado. Apretaba y soltaba el puño levantando y dejando caer puñados de arena.Rodríguez se dirigió a él:-¿Y a vos qué te parece?El Vasco lo miró como si hablara en inglés.-¿El qué? -preguntó.-¿El qué? ¿Qué va a ser? ¡El mar!El Vasco lentamente dijo lo siguiente:-¿El mar?... Lo más lindo que tiene es la arena... ¡No parece arena y es arena!"Leche con fideos" estaba por allí. Rodríguez meneó la cabeza desilusionado. Con la vista lo interrogó:-¡Qué cantidad de agua! -dijo "Leche con fideos"-.De lo que no me doy cuenta es para dónde corre...Se acercó a Rataplán.-¿Qué decís, Rataplán -preguntó Rodríguez-, es grande o no es grande esto?-Es -respondió y volvió a repetir- es. Pero no tiene barcos... Y para mí un mar sin barcos es como un campo sin árboles... ¿Entendés lo que te quiero decir?... Pintás un campo y si no le ponés un rancho o un árbol no te representa nada...Eso ya era algo. Rodríguez se consideró obligado a explicarle a aquel infeliz que no sabía nada del mar, algunas cosas del mar:-Mirá: los barcos pasar por el canal. Como a dos leguas de aquí... Ahora mismo estará pasando alguno.Rataplán trato de pararse en puntas de pie y miró en la dirección que señalaba Rodríguez.-Yo no veo nada, dijo.-No los ves porque la tierra es redonda...Se disponía a seguir cuando Rataplán, con sorna, preguntó nuevamente:-¿Y el agua es redonda también?Rodríguez no pudo más. Se dió vuelta e inició el camino de regreso hacia el campamento.-¡Que Dios me castigue -pensaba- si alguna vez traigo más animales de estos a ver el mar!
Uruguay literario:Juan José Morosoli y sus cuentos
Novelista y ensayista uruguayo nacido en Minas. En los años veinte fue propietario de un café donde se reunían intelectuales y a partir de 1925 inició su carrera literaria. Escribió en los diarios El Día, Mundo Uruguayo y Marcha, aunque su reconocimiento llegó en 1936 cuando aparece su obra Los Albañiles de los Tapes. Anteriormente había escrito Hombres (1932) y posteriormente Hombres y mujeres (1944), Perico (1945), Muchachos (1950) y Vivientes (1955). Tierra y tiempo (1959), El viaje hacia el mar (1962) y La soledad y la creación literaria (1971) fueron libros póstumos. Juan José Morosoli con el poder de su imaginación creadora, hizo sentir en sus obras el dulcísimo sabor de las horas ligeras en que la vida es un juego; cuando la subjetividad plasma con mitológica gracia todas las cosas del mundo. Arboles, animales, estrellas, en esa libertad animadora tan parecida al arte, cuando todo puede ser. Murió el 29 de diciembre de 1957.
La opinión de Morosoli sobre la narrativa y su concepción del escritor
¿Cómo escribo mis cuentos?
".... Digo ahora que al proponerme el trabajo de escribir cuentos pensé en la forma de hacerlo. Leí a los buenos autores del género y me convencí de la enormidad de mi ambición pero un día escuchando a un hombre del campo que ignoraba todo lo que se puede ignorar y que sin embargo asombraba a los que oíamos con la fuerza de sus relatos y narraciones comprendí que la forma ideal de relatar, contar o narrar estaba en aprovechar aquello que era verdad y que bastaba con no olvidar aquello que se ceñía al asunto como la carne al hueso para ser justamente objetivo. Como aquel hombre al referir el hecho nos situaba el sujeto-tema en el lugar donde el hecho acontecía y nos lo proyectaba desde su interior de manera elemental, y lo hacía bien, comprendí que si lograba realizar esto como él lo hacía ya estaría yo en situación de lograr el interés de los demás como él lo lograba. Era pues necesario contar un hecho cierto, evocar un hombre que se conoció, mirar hondamente la realidad circundante, no entretenerse en lo pequeño accesorio – tal como mira el ojo sensible de la placa el paisaje sin embargo lo hace eterno. Grabando sólo lo fundamental. Así escribí. No trabajo sobre la página. Cuando mi sensibilidad es herida por el hecho o el hombre, fijo enseguida el suceso y ya está logrado mi fin. Eso se logra fácilmente: basta pensar que en el hombre más humilde, del más humilde rincón poblano, puede estar otra vez el narrador elemental que nos dé el material para revelar, y adviertan que aquel que vive allí suele tener más individualidad que el hombre letrado a quien esto que llamamos vida de relación o vida social pone siempre un temor de sinceridad o nivela de una manera que hace que su personalidad se diluya en la personalidad de los otros, quitándole el relieve personal que es la harina y la levadura del escritor."
Un cuento de Morosoli:
"Canario Viejo"
Cuando Toledo embarcó en "Las Palmas" traía "lo puesto".-Llevás poco, le dijo el padre.Y él contestó:-Con menos me van a enterrar.Lo puesto y en el bolsillo del saco unas pesetas y un trozo de lino "sin pecar' que guardaba un poco de levadura.-De esta levadura han comido todos los Toledos, le dijo la madre.-Sí, dijo el padre, llevás con ella tierra y sudor del primer Toledo.Bien sabía él esto. Cuando un hijo se casaba los padres le entregaban un poco de aquella masa. La novia traía luego una porción igual. El más viejo de la familia las unía juntando así la sangre y el sudor y la tierra de dos estirpes.
Aquí formó chacra, se casó, crió hijos y le nacieron nietos. La chacra fue punteándose dc ranchos. Se agrandaban rastrojos, caminaban los arados mordiendo estancias. Los Toledos desbordaban los viejos límites paternos, invadiendo lentamente los campos vírgenes.De la vieja levadura que cruzó el mar se desprendían trozos bautizando ranchos nuevos. Antes que las novias llegaban aquellos trozos. Luego venían ellas con el suyo para que Toledo viejo juntara los pedazos.Era un casamiento que ejecutaba Toledo antes que el cura y el juez realizaran la ceremonia nupcial.Toledo sentenciaba dirigiéndose al hijo o al nieto en trance de formar familia:-Ahora ya tenés todo: novia, rancho y semilla de pan...
No trabajaba casi, ahora. Pero los ritos agrados los realizaba él. La primera arada, a veces unos pocos metros -"la cabeza de la Melga"- la abría él. Siempre el día que moría Dios. Luego tiraba unas semillas el día de la resurrección, a las diez de la mañana, encomendando ¡a siembra al resucitado.Cuando él vuelva a la tierra ya se encuentra con ellas, decía...Después se iban al rancho viejo -el primero que se levantó en el campo- y daban cuenta de lechones, patos y tortas "rellenas de cuanta cosa hay".Las familias iban agrandando aquella chacra enorme. El solía subir por las escaleras rústicas de varejones tortuosos acostadas en los pajeros, a mirar los ranchos distantes que antes que la tierra empezaban a levantar humo en los amaneceres de otoño.Tenía la cabeza blanca. Los mechones de cabello medio amarillos del humazo desbordaban la vincha de cinco dedos de ancho, derramándose hasta tocar los hombros.-Parece mentira!- pensaba...- ¡Lo que sale de un solo hombre!...
Una mañana aparecieron el Juez de Paz y el Comisario. Toledo se asombró. Nunca habían llegado allí "las autoridades". En sus ranchos nunca hubo muertes por desangre.Saludaron los hombres.Toledo estaba ceñudo, convencido que estaba asistiendo a un hecho capaz de cambiar vidas y destinos.-No les mando dentrar -dijo- porque adentro está la familia...Esperaba una revelación terrible como un rayo. Que le tocara a él nomás entonces.-Queremos hablar con don Juan Pedro, dijo el Juez.-Yo soy el padre, respondió Toledo.-Sí... Sí. Pero Juan Pedro tiene cincuenta años, sonrió el Juez...-Pero yo tengo más...
Cuando vino Juan Pedro le dieron la noticia terrible:-Tiene que mandar los hijos a la escuela... Es una ley...-Nosotros, dijo Toledo viejo, no queremos saber escribir...-Es una ley...Si no iban los irían a buscar con la policía. Todos los niños tenían que ir a la escuela.Toledo viejo, abrumado por aquella orden, entró a los ranchos.
Ahora ya no gozaba de aquellos amaneceres con voces y silbidos de los nietos.Sólo tenían presencia en el campo despierto, los pájaros y las nieblas que se elevaban luego de los rocíos, como nubes muertas sobre la tierra caliente, llamadas por el sol, y los bueyes que iban saliendo de los pajeros tibios levantando ellos también vahos azules por los hocicos calientes.Empezaban a salir de los ranchos los nietos con sus guardapolvos blancos y se llevaban la mañana con ellos.Toledo no podía ver este éxodo de los niños y se arrimaba a ''las casas".
Todos los días compraban rollos de alambre de púa para atajar las boyadas ociosas. Antes las pastoreaban los niños en el borde mismo de los bancales de trigo.Toledo sentado frente a los tartagales viajaba por la historia de todas las familias vecinas.Todas sin excepción habían mandado sus hijos a la escuela. Todos habían visto deshacerse hábitos, costumbres.A algunas se les iban los hijos al pueblo cansados de ser chacareros. Las muchachas se casaban con los mercachifles o los peluqueros de los almacenes.-Chacra donde entra la escuela se la lleva el diablo, sentenciaba.Ni siquiera podía desahogarse con los hijos.-Pero tata, decía Juan Pedro, dir a la escuela no es morirse...El viejo salía otra vez. Caminaba. Ya no tenía el pierde-tiempo feliz del nieterío...
Aquella mañana vio una cosa que le asombró.Por el trillo se acercaba la jardinera del panadero. Los caballos con arreos punteados de bronce reluciente, los cascabeles de los collares reventando flores de luz con el sol de la mañana, se acercaba despertando la chacra en silencio tras la partida de los niños.-¿Y esto?, preguntó a Juan Pedro.-Semos menos a trabajar... La mujer está cansada de amasar.. -Pero, dijo Toledo, ¿vas a dejar morir la levadura? Juan Pedro no pareció entender.-Y... respondió, cuando queremos amasar se la compramos al hombre...A los pocos días deshicieron el horno.
Toledo empezó a andar como perdido. A veces llegaba a almorzar cuando los otros terminaban. No conversaba casi. Fumaba y fumaba alejado de las casas, recostado a los pajeros distantes.-Se nos va a morir de cismar, dijo Juan Pedro.
Y de cismar se murió.
La opinión de Morosoli sobre la narrativa y su concepción del escritor
¿Cómo escribo mis cuentos?
".... Digo ahora que al proponerme el trabajo de escribir cuentos pensé en la forma de hacerlo. Leí a los buenos autores del género y me convencí de la enormidad de mi ambición pero un día escuchando a un hombre del campo que ignoraba todo lo que se puede ignorar y que sin embargo asombraba a los que oíamos con la fuerza de sus relatos y narraciones comprendí que la forma ideal de relatar, contar o narrar estaba en aprovechar aquello que era verdad y que bastaba con no olvidar aquello que se ceñía al asunto como la carne al hueso para ser justamente objetivo. Como aquel hombre al referir el hecho nos situaba el sujeto-tema en el lugar donde el hecho acontecía y nos lo proyectaba desde su interior de manera elemental, y lo hacía bien, comprendí que si lograba realizar esto como él lo hacía ya estaría yo en situación de lograr el interés de los demás como él lo lograba. Era pues necesario contar un hecho cierto, evocar un hombre que se conoció, mirar hondamente la realidad circundante, no entretenerse en lo pequeño accesorio – tal como mira el ojo sensible de la placa el paisaje sin embargo lo hace eterno. Grabando sólo lo fundamental. Así escribí. No trabajo sobre la página. Cuando mi sensibilidad es herida por el hecho o el hombre, fijo enseguida el suceso y ya está logrado mi fin. Eso se logra fácilmente: basta pensar que en el hombre más humilde, del más humilde rincón poblano, puede estar otra vez el narrador elemental que nos dé el material para revelar, y adviertan que aquel que vive allí suele tener más individualidad que el hombre letrado a quien esto que llamamos vida de relación o vida social pone siempre un temor de sinceridad o nivela de una manera que hace que su personalidad se diluya en la personalidad de los otros, quitándole el relieve personal que es la harina y la levadura del escritor."
Un cuento de Morosoli:
"Canario Viejo"
Cuando Toledo embarcó en "Las Palmas" traía "lo puesto".-Llevás poco, le dijo el padre.Y él contestó:-Con menos me van a enterrar.Lo puesto y en el bolsillo del saco unas pesetas y un trozo de lino "sin pecar' que guardaba un poco de levadura.-De esta levadura han comido todos los Toledos, le dijo la madre.-Sí, dijo el padre, llevás con ella tierra y sudor del primer Toledo.Bien sabía él esto. Cuando un hijo se casaba los padres le entregaban un poco de aquella masa. La novia traía luego una porción igual. El más viejo de la familia las unía juntando así la sangre y el sudor y la tierra de dos estirpes.
Aquí formó chacra, se casó, crió hijos y le nacieron nietos. La chacra fue punteándose dc ranchos. Se agrandaban rastrojos, caminaban los arados mordiendo estancias. Los Toledos desbordaban los viejos límites paternos, invadiendo lentamente los campos vírgenes.De la vieja levadura que cruzó el mar se desprendían trozos bautizando ranchos nuevos. Antes que las novias llegaban aquellos trozos. Luego venían ellas con el suyo para que Toledo viejo juntara los pedazos.Era un casamiento que ejecutaba Toledo antes que el cura y el juez realizaran la ceremonia nupcial.Toledo sentenciaba dirigiéndose al hijo o al nieto en trance de formar familia:-Ahora ya tenés todo: novia, rancho y semilla de pan...
No trabajaba casi, ahora. Pero los ritos agrados los realizaba él. La primera arada, a veces unos pocos metros -"la cabeza de la Melga"- la abría él. Siempre el día que moría Dios. Luego tiraba unas semillas el día de la resurrección, a las diez de la mañana, encomendando ¡a siembra al resucitado.Cuando él vuelva a la tierra ya se encuentra con ellas, decía...Después se iban al rancho viejo -el primero que se levantó en el campo- y daban cuenta de lechones, patos y tortas "rellenas de cuanta cosa hay".Las familias iban agrandando aquella chacra enorme. El solía subir por las escaleras rústicas de varejones tortuosos acostadas en los pajeros, a mirar los ranchos distantes que antes que la tierra empezaban a levantar humo en los amaneceres de otoño.Tenía la cabeza blanca. Los mechones de cabello medio amarillos del humazo desbordaban la vincha de cinco dedos de ancho, derramándose hasta tocar los hombros.-Parece mentira!- pensaba...- ¡Lo que sale de un solo hombre!...
Una mañana aparecieron el Juez de Paz y el Comisario. Toledo se asombró. Nunca habían llegado allí "las autoridades". En sus ranchos nunca hubo muertes por desangre.Saludaron los hombres.Toledo estaba ceñudo, convencido que estaba asistiendo a un hecho capaz de cambiar vidas y destinos.-No les mando dentrar -dijo- porque adentro está la familia...Esperaba una revelación terrible como un rayo. Que le tocara a él nomás entonces.-Queremos hablar con don Juan Pedro, dijo el Juez.-Yo soy el padre, respondió Toledo.-Sí... Sí. Pero Juan Pedro tiene cincuenta años, sonrió el Juez...-Pero yo tengo más...
Cuando vino Juan Pedro le dieron la noticia terrible:-Tiene que mandar los hijos a la escuela... Es una ley...-Nosotros, dijo Toledo viejo, no queremos saber escribir...-Es una ley...Si no iban los irían a buscar con la policía. Todos los niños tenían que ir a la escuela.Toledo viejo, abrumado por aquella orden, entró a los ranchos.
Ahora ya no gozaba de aquellos amaneceres con voces y silbidos de los nietos.Sólo tenían presencia en el campo despierto, los pájaros y las nieblas que se elevaban luego de los rocíos, como nubes muertas sobre la tierra caliente, llamadas por el sol, y los bueyes que iban saliendo de los pajeros tibios levantando ellos también vahos azules por los hocicos calientes.Empezaban a salir de los ranchos los nietos con sus guardapolvos blancos y se llevaban la mañana con ellos.Toledo no podía ver este éxodo de los niños y se arrimaba a ''las casas".
Todos los días compraban rollos de alambre de púa para atajar las boyadas ociosas. Antes las pastoreaban los niños en el borde mismo de los bancales de trigo.Toledo sentado frente a los tartagales viajaba por la historia de todas las familias vecinas.Todas sin excepción habían mandado sus hijos a la escuela. Todos habían visto deshacerse hábitos, costumbres.A algunas se les iban los hijos al pueblo cansados de ser chacareros. Las muchachas se casaban con los mercachifles o los peluqueros de los almacenes.-Chacra donde entra la escuela se la lleva el diablo, sentenciaba.Ni siquiera podía desahogarse con los hijos.-Pero tata, decía Juan Pedro, dir a la escuela no es morirse...El viejo salía otra vez. Caminaba. Ya no tenía el pierde-tiempo feliz del nieterío...
Aquella mañana vio una cosa que le asombró.Por el trillo se acercaba la jardinera del panadero. Los caballos con arreos punteados de bronce reluciente, los cascabeles de los collares reventando flores de luz con el sol de la mañana, se acercaba despertando la chacra en silencio tras la partida de los niños.-¿Y esto?, preguntó a Juan Pedro.-Semos menos a trabajar... La mujer está cansada de amasar.. -Pero, dijo Toledo, ¿vas a dejar morir la levadura? Juan Pedro no pareció entender.-Y... respondió, cuando queremos amasar se la compramos al hombre...A los pocos días deshicieron el horno.
Toledo empezó a andar como perdido. A veces llegaba a almorzar cuando los otros terminaban. No conversaba casi. Fumaba y fumaba alejado de las casas, recostado a los pajeros distantes.-Se nos va a morir de cismar, dijo Juan Pedro.
Y de cismar se murió.
jueves, 20 de septiembre de 2007
miércoles, 19 de septiembre de 2007
Uruguayos por el mundo:el Ing.Manuel Cicarello en España


Paisaje ciudadano

Madrid con el
escritor J. Marzo
escritor J. Marzo
El Ing. Manuel Cicarello visitó España como becario y por viajes de negocios.
Como becario, trabajó en una investigación sobre computación cuántica. Los científicos trabajan en este tema que sería un grna progreso para la computación y la informática, si lo logran, los resultados serían increíbles. Se adquiriría más velocidad. Las comunicaciones se verían revolucionadas por la velocidad y la instantaneidad en que se movería la información planetaria. Muchos científicos del mundo trabajan para obtener un "soporte" de transmisión de nuevas energías. Se destacan los japoneses. Pero, hay científicos españoles que siguen perfeccionando la teoría con el fin de transformarla en ciencia aplicada.
El Ingeniero, Manuel Cicarello inició los estudios teóricos de este tema en la Universidad ORT de Uruguay.
Como becario, trabajó en una investigación sobre computación cuántica. Los científicos trabajan en este tema que sería un grna progreso para la computación y la informática, si lo logran, los resultados serían increíbles. Se adquiriría más velocidad. Las comunicaciones se verían revolucionadas por la velocidad y la instantaneidad en que se movería la información planetaria. Muchos científicos del mundo trabajan para obtener un "soporte" de transmisión de nuevas energías. Se destacan los japoneses. Pero, hay científicos españoles que siguen perfeccionando la teoría con el fin de transformarla en ciencia aplicada.
El Ingeniero, Manuel Cicarello inició los estudios teóricos de este tema en la Universidad ORT de Uruguay.
El curso lo hizo en Madrid pero, viajó a Barcelona a visitar a un amigo uruguayo.
Cómo toda persona inclinada a las ciencias, escribe menos. Sus recuerdos de viaje se conservan en videos y fotografías. Quizá, use el criterio de que una imagen vale más que mil palabras.
Veremos su visita a la Feria del Libro de Madrid, sus recorridas por calles, comecios, monumentos y plazas de Madrid y Barcelona, así como paisajes naturales del relieve y el mar.
lunes, 17 de septiembre de 2007
Uruguayos por el mundo:familia Dávila Castro en Juegos Asiáticos

Continuamos la sección "Uruguayos por el mundo". Nuetra intención es intercalar secciones
Reiteramos a los uruguayos que andan por el mundo que nos envíen relatos y/o fotografías de los lugares que visitan o donde viven.
Hoy llueve,en Qatar son las 16 y30 , los chiquilines trabajando , Ricardo e Iñaki, durmiendo la siesta.
En cualquier momento, se empezará a sentir el llamado plañidero del Imán ,llamando a los árabes hombres ,a rezar, mirando hacia la Meca, lo hacen cinco veces al día. El llamado es como un lamento lejano y tristón,ya me acostumbré.
El sábado fuimos a la final de gimnasia artística femenina, de los Juegos Asiáticos. La preparación de la ciudad llevó meses, no sé cuanto tempo llevó las instalaciones de los diferentes estadios, techados. El predio es enorme, con veredas enjardinadas, canteros con flores naturales y césped artificial. . La torre que contiene encendida la llama olímpica, es de acero y alcanza más de cien metros. Está hecha como de hilos de metal en una especie de cilindo retorcido al medio ,angostándola y dándole liviandad.Apenas oscurece, se ilumna de adentro en tenues tonos del rosa al azul ,pero como fosforescente ,es impresionante !!!!El día de la inauguración se puso una rampa y el hijo del príncipe subió por ella a encender la llama olímpica, a CABALLO!!!!!!CLARO, ES ÁRABE.
El sábado el gentío llenaba todo, parecía una Torre de Babel, pero al nivel del piso. Había árabes, hindúes, habitantes de países de la antigua Unión Soviética como los de Kazajistán, y todos los kaja. Los hindúes van con turbante o vestidos como nosotros, ellas con pantalones o polleras largas y sedosas, y por arriba de la blusa una túnica transparente , bordada con lentejuelas y canutillos en amarillo ,rosa verde , etc. Las árabes van de negro como ya les conté. Los niños van como los nuestros.
Los hombres árabes son altos y grandes, llevan bigotes casi todos. La vestimenta es blanco total, en la cabeza, colgado de un casquito de crochet que no se ve, el manto de tela casi siempre transparente, sujeto con un cordón que rodea la cabeza de color negro, y van siempre muy bien perfumados.
CAMINANDO ADELANTE DE ELLAS, las gimnastas. Llevaban equipos tipo malla pero de encaje de nylon o algo así, totalmente bordados con lentejuelas combinando colores.Actuaron con cintas, con bastones, Menos mal que yo no era jurado. La medalla de oro la obtuvo alguien de Kasjha. Fueron segundas las japonesas. Todas, todas tenían los ojos rasgados.
A la salida, había tarimas bajo carpas blancas , actuaban grupos y la gente, según preferencias, se agrupaba, los árabes hombres bailaban juntos sus danzas tradicionales al son de música acorde. Los hindúes bailaban hombres y mujeres juntos.
Besos a todos Blanquita
Reiteramos a los uruguayos que andan por el mundo que nos envíen relatos y/o fotografías de los lugares que visitan o donde viven.
Hoy llueve,en Qatar son las 16 y30 , los chiquilines trabajando , Ricardo e Iñaki, durmiendo la siesta.
En cualquier momento, se empezará a sentir el llamado plañidero del Imán ,llamando a los árabes hombres ,a rezar, mirando hacia la Meca, lo hacen cinco veces al día. El llamado es como un lamento lejano y tristón,ya me acostumbré.
El sábado fuimos a la final de gimnasia artística femenina, de los Juegos Asiáticos. La preparación de la ciudad llevó meses, no sé cuanto tempo llevó las instalaciones de los diferentes estadios, techados. El predio es enorme, con veredas enjardinadas, canteros con flores naturales y césped artificial. . La torre que contiene encendida la llama olímpica, es de acero y alcanza más de cien metros. Está hecha como de hilos de metal en una especie de cilindo retorcido al medio ,angostándola y dándole liviandad.Apenas oscurece, se ilumna de adentro en tenues tonos del rosa al azul ,pero como fosforescente ,es impresionante !!!!El día de la inauguración se puso una rampa y el hijo del príncipe subió por ella a encender la llama olímpica, a CABALLO!!!!!!CLARO, ES ÁRABE.
El sábado el gentío llenaba todo, parecía una Torre de Babel, pero al nivel del piso. Había árabes, hindúes, habitantes de países de la antigua Unión Soviética como los de Kazajistán, y todos los kaja. Los hindúes van con turbante o vestidos como nosotros, ellas con pantalones o polleras largas y sedosas, y por arriba de la blusa una túnica transparente , bordada con lentejuelas y canutillos en amarillo ,rosa verde , etc. Las árabes van de negro como ya les conté. Los niños van como los nuestros.
Los hombres árabes son altos y grandes, llevan bigotes casi todos. La vestimenta es blanco total, en la cabeza, colgado de un casquito de crochet que no se ve, el manto de tela casi siempre transparente, sujeto con un cordón que rodea la cabeza de color negro, y van siempre muy bien perfumados.
CAMINANDO ADELANTE DE ELLAS, las gimnastas. Llevaban equipos tipo malla pero de encaje de nylon o algo así, totalmente bordados con lentejuelas combinando colores.Actuaron con cintas, con bastones, Menos mal que yo no era jurado. La medalla de oro la obtuvo alguien de Kasjha. Fueron segundas las japonesas. Todas, todas tenían los ojos rasgados.
A la salida, había tarimas bajo carpas blancas , actuaban grupos y la gente, según preferencias, se agrupaba, los árabes hombres bailaban juntos sus danzas tradicionales al son de música acorde. Los hindúes bailaban hombres y mujeres juntos.
Besos a todos Blanquita
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