martes, 3 de marzo de 2009

Mis cuentos: Los Extraños

Los Extraños


La casa estaba frente a una playa. Playa solitaria, con arenas muy blancas y suave oleaje.
El sol mañanero se rompía en mil colores sobre las olas.
La casa era el lugar de descanso de la familia. Al fondo, poseía un parque exótico en el que habitaban árboles, aves, hierbas, flores. El verde se interrumpía con cantos, colores, perfumes y aleteos.
María caminaba por la costa acompañada por los dos perros. Pasaría sola en la casa durante dos días porque los demás habían ido a la ciudad.
Los perros ladraron y María levantó su mirada hacia el mar. Vio una extraña embarcación a unos cien metros de la arena. Nunca había visto semejante cosa: era como una gran balsa de madera. Gruesos troncos salían de las entrañas de la embarcación. No tenía velas. Las olas la acercaron más y más a la costa hasta que se arrastró sobre la arena y varó a poca distancia de la joven.
La embarcación traía un grupo humano heterogéneo en edades y sexos. María vio hombres robustos, ancianos de blancas y largas barbas, niños y mujeres. Vestían ropas toscas, mezcla de fibras vegetales y cueros con forma de largas túnicas.
María sintió más asombro que miedo. Aquella gente empezó a bajar, caminaba en grupos hacia la joven. Los perros dejaron de ladrar.
La primera en acercarse fue una madre con un niño en brazos y con signos de debilitación. La mirada de la mujer se posó en los ojos de María y le infundió tranquilidad.
Usaban un idioma incomprensible. Los extraños, tampoco entendían a la joven. Un anciano se acercó y usó un mágico conjunto de señas. María pudo entender varias cosas: venían de muy lejos, habían perdido el rumbo, tenían hambre y sed, estaban confundidos. Estos seres vienen como de otro tiempo y otro espacio- reflexionó la joven. Observó sus artefactos, sus gestos, sus miradas, todo le resultaba nuevo, nunca visto. Le pareció soñar. Pero era muy equilibrada, no dudó de que lo que veía era real.
El anciano y la joven entablaron un diálogo gestual y se entendieron como si se conocieran de toda una vida.
María condujo al grupo a la casa. Arrancaron frutos y recibieron algo de comida que quedaba en la alacena. Nadie sentía miedo.
Pero, ¿quiénes eran?, ¿de dónde venían?. María quería saberlo. Si bien era arquitecta, le gustaba la Astronomía. Por eso recurrió a su computadora, sus mapas y todo lo que pudiera orientar al anciano. Éste no tuvo dificultad en entender lo que se le mostraba, intuyó que esos signos representaban espacios, pudo saber cuáles representaban tierras y cuáles, mares. Pero no podía orientarse. María recurrió a una representación del cielo que guardaba en su computadora. El anciano reconoció astros con los que siempre se orientaba en la noche en medio del mar.
Mientras esto ocurría, los niños corrían y jugaban con esos objetos de un mundo extraño. Sus madres los contemplaban sonrientes. También ellas y los hombres observaban cada cosa y la examinaban buscando su secreto.
Las horas habían transcurrido mientras el anciano y la arquitecta trataban de localizar el lugar de origen. Uno de los hombres se acercó y habló al anciano. Éste hizo saber a la joven mujer que había que buscar comida y ellos solamente podían buscarla en el mar y en la vegetación que rodeaba la casa. María asintió. Dos horas después, tenían pescado, frutas, raíces y otros productos alimenticios. A través del anciano, pudo saber que hombres y mujeres estaban dispuestos a cocinar. Había que enseñarles el uso de la vajilla, el encendido de la cocina eléctrica y otros rituales de la civilización. Asombrosamente, lo aprendieron todo con increíble facilidad.
El anciano y María continuaron buscando la isla perdida. A esa altura, no había dudas de que habitaban en medio del mar en un espacio tan pequeño que nunca fue visto por los españoles ni por ningún navegante hasta el siglo XXI.
La vida en la isla transcurría en paz y armonía, algo semejante a la Utopía de Tomás Moro.
La cena estuvo pronta. Allí se contaron anécdotas de la vida en la isla y María explicó cómo se vivía en su sociedad moderna y tecnificada. Su casa tenía elementos suficientes para mostrar la tecnología: televisión, electricidad, teléfono, computadoras, radio, reproductores de música. Todos miraban con curiosidad, pero no daban muestras de extrañeza ni temor. Se había creado un ambiente de comprensión y confianza. Aquellos extraños no conocían el delito, ni la crueldad ni el egoísmo. Transfirieron a la anfitriona sus principios y su estilo de vida. Eso explica la confianza y la tranquilidad que demostraban.
Luego, salieron al gran patio y se pusieron a cantar y a bailar. El canto inundaba el aire y rebotaba en las olas. Era un cantar armonioso y dulce, pero, a ratos, adquiría la fuerza de un himno cósmico. Todos bailaban, ya en rondas, ya formando originales figuras. Se movían con tanto sincronismo que parecían un solo cuerpo en danza. La luna llena regalaba sombras danzantes sobre el patio arenoso.
Alguien extendió la mano y, sin tener mucha conciencia, la joven se vio envuelta en el ritmo y la melodía de los extraños. Se notaba que estaban acostumbrados a bailar juntos. María concluyó que se unían para las más diversas actividades, por eso, la embarcación cargaba personas tan diversas en edad y género. Su organización estaría apoyada en la solidaridad y el amor.
La joven se ingenió para buscarles sitios para dormir, no tuvo mucho problema porque estaban acostumbrados a dormir al aire libre.
Ella continuó con el anciano buscando la isla perdida. El mapa del cielo fue de gran ayuda, la joven iba logrando datos: el lugar estaba en el hemisferio sur, no había otras tierras cercanas, los extraños no sabían que había otros hombres habitando otras tierras, el mundo se reducía a su isla, al mar que la rodeaba y al vasto cielo que aparecía en la noche.
Al día siguiente regresaba el resto de la familia. Los extraños debían partir antes de las seis de la tarde. Lo contrario, sería un escándalo. El padre se comunicaría con el gobierno, la casa se llenaría de policías, periodistas, autoridades y curiosos. Quizá, llevaran a los extraños a un hospital psiquiátrico o a un hospicio. Conocerían un mundo indiferente y despiadado, perderían su inocencia original. El anciano entendió la ansiedad de la joven.
Se fueron a descansar un rato. María no durmió, aquella mágica realidad la inundó de sentimientos contradictorios. Sentía una gran admiración por aquellos seres, habían ganado su afecto, hasta una leve envidia anidó en su corazón.
La anfitriona sintió pasos que subían escaleras, era el anciano. Desayunaron y retomaron su búsqueda: Una corriente marina los había desviado y extraviado en medio del mar. Su embarcación no tenía elementos como para retomar el rumbo; carecían de brújula y todo elemento de orientación, su guía eran los astros, pero, el cielo había permanecido nublado durante varios días. María lo supo porque consultó a varias estaciones meteorológicas. Ya había buscado bastante información en libros, mapas, Internet. Nunca preguntó por la isla, pero, su inteligencia y los aportes del anciano le permitieron sacar conclusiones respecto a su posible ubicación.
La balsa requería ciertas reparaciones, los hombres lo hicieron con mucha rapidez.
María apoyó su mentón en la mano y empezó a recordar su historia de vida: su niñez, al amor de su familia, su éxito como estudiante universitaria, su carrera de arquitecta que ya se destacaba como brillante, sus proyectos. Imaginó la familia que formaría próximamente, los hijos que tendría, el amor de su futuro esposo, la fiesta de bodas, los viajes, los edificios que diseñaría. Enorme contraste con lo que estaba viviendo. ¿Por qué se sentía tan apegada a esos extraños? ¿Estaría perdiendo el sentido de la realidad?
El anciano la sacó de estos pensamientos para anunciarle que estaba todo listo.
Todos salieron a juntar comida, La joven les entregó lo poco que encontró en la alacena como golosinas, galletas y algo de embutidos elaborados por sus padres.
Entregó una brújula y varios mapas al anciano.
Las mujeres y algunos adolescentes habían preparado el almuerzo. Mientras comían, había una expresión de fiesta en todos los rostros. Las miradas tenían más calidez, las manos parecían acariciar todo lo que tocaban.
A las cuatro de la tarde, empezaron a caminar en silencio hacia la balsa. Subieron las mujeres, los niños y los ancianos. María entró al agua, tocó la balsa. Los hombres más fornidos empujaban la embarcación que todavía se arrastraba sobre la arena. Finalmente, empezó a flotar, se hamacaba suavemente. María puso un pie en la escalerilla, el anciano le tomó la mano, leyó su intención en sus claros ojos. Pero, la apartó suavemente haciéndola descender, los remos batieron con fuerza y la balsa tomó velocidad.

Aurora Martino

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