viernes, 24 de julio de 2009

Reflexión

Una carta sobre la esperanza
El padre abad llegó cansado a su habitación. Tomó la silla y un papel. Empezó a escribir. “Señor, te mando el mensaje por escrito, desde mi cuarto. Tengo mucho que decirte, y no sé cómo empezar. Esta semana me has hecho tocar tantas penas de los corazones: Padres que han visto morir a uno de sus hijos. Hijos que no saben cómo afrontar la vejez de sus padres. Novios que rompen después de muchos años de promesas. Adultos que pierden su trabajo. Jóvenes aprisionados por la droga. Ancianos que viven solos y sin el cariño de los suyos. Me abruma este mundo de dolor y de lágrimas en el que caminamos durante un tiempo frágil. Sé que es verdad lo que dice la Carta a los Hebreos: no tenemos aquí ciudad permanente. Pero muchos no continúan con la segunda parte de ese texto, que habla de buscar la ciudad futura (cf. Heb 13,14). Me gustaría tener la sencillez de Cristo para hablar a los corazones y ayudarles así a contemplar el cielo, las estrellas, las golondrinas, los jazmines. Me gustaría ayudarles a descubrir en este mundo magnífico tantas cosas buenas que son reflejo de tu cariño por cada uno de tus hijos. Pero muchos no tienen fuerzas para levantar su mirada hacia Ti. La enfermedad, la calumnia, el abandono, les ha llenado de penas y amarguras. Otros viven sumergidos en la tristeza del pecado: caen una y otra vez y no saben cómo romper con el vicio, cómo dejar la droga, cómo acabar con la adicción al sexo o al dinero. Me pregunto cómo ves Tú este mundo de tantas luchas, de tantas lágrimas, de tantos rencores, de tanta sangre. ¿No sientes pena por los hijos abortados antes de nacer, por los ancianos tristes y marginados, por los emigrantes despreciados o explotados, por los niños que no tienen con qué llenarse el estómago? Perdona si Te hablo así, con el corazón en la mano. Sé que la única esperanza que nos queda a los humanos eres Tú. Pero a veces me dan ganas de hacer mías las palabras que hace años te escribió Giovanni Papini, cuando Te pedía que al menos hicieses un milagro visible para todos, que pisases nuestro suelo y volvieses a encender un poco de esperanza. Como ves, estoy haciendo un poco el necio, porque no hace falta que “vuelvas”. Ya estás vivo entre nosotros. Estás en el Sagrario, en un silencio lleno de amores y de afectos. Estás en el enfermo, esperando una caricia y medicinas. Estás en el pobre, pidiendo un poco de limosna. Estás en el anciano, que desea solamente tener a su lado a alguien que le escuche unos momentos. Estás en mi corazón, como sacerdote, a pesar de que tiemblo por mis miedos y que también estoy herido por el pecado. Estás en tantas almas contemplativas que no dejan de sostener la llama de tu Amor en el mundo entero. Te pido la gracia de ser un poco como Tú: buen samaritano dispuesto a curar las heridas y las penas de los hombres y mujeres que encuentre cada día en mi camino. Ellos piden sólo la ayuda de un hermano que les recuerde y les manifieste tu Amor infinito por cada uno de tus hijos”.

3 comentarios:

Rosa María dijo...

Cuando se escribe con la esperanza del buen hacer, siempre habrá frutos maduros en la huerta de vida.
Un abraciño

Adriana Alba dijo...

Un gusto haberte visitado.

Cariños.

Unknown dijo...

Hermosas palabras!!!!