La etnia charrúa tenía rasgos físicos bien diferenciados. Se destaca su estatura de m 1,80 aproximadamente. Las piernas muy largas le permitían correr a una velocidad sorprendente para los europeos. Podían alcanzar, a la carrera, animales tan veloces como la liebre. Antonio Pigafetta que navegaba con Magallanes por estas latitudes en enero de 1520 fue el primero en destacar la estatura colosal del charrúa.
Otro visitante, el portugués Lopes de Souza, dice en 1531: "Las gentes de esta tierra son hombres muy robustos y grandes, traen el cabello largo...todos andan cubiertos de pieles, duermen en el campo donde les anochece"
El charrúa tiene piel broncínea. Su cráneo es voluminoso y dolicomorfo con huesos gruesos. Posee pómulos salientes, mentón pronunciado, rostro alargado y lampiño, nariz estrecha y larga(leptorrino), ojos oscuros. La cabellera es lacia, abundante y compuesta por un pelo negro y grueso.
Llama la atención el escaso dimorfismo sexual: las mujeres tienen senos muy pequeños y los demás rasgos físicos similares a los hombres.
La silueta de los charrúas ha impresionado a los antropólogos por su armonía y belleza.
"El corte atlético y el equilibrio de las masas musculares hacen del pámpida uno de los más soberbios modelos del organismo humano" dice Daniel Vidart en su obra citada, página 33.
El horizonte cultural de los charrúas corresponde al nivel de "grandes cazadores". El arco y la flecha, el venablo y las bolas arrojadizas les permitían cazar animales grandes. La caza y la recolección les exigía desplazarse a distancias considerables. No obstante, se observa que tenían lugares a los que volvían y permanecían. Allí se encuentran sus sencillos monumentos fúnebres y el lugar de otros rituales. Podían caminar largas distancias con los huesos de sus muertos a cuestas para enterrarlos en su lugar de identidad etnológica. No construían viviendas muy elaboradas, sí hacían empalizadas y tolderías para resguardarse del frío viento pampero y de otros fenómenos climáticos adversos.
Las tribus estaban integradas por entre doce y quince familias. En caso de guerra, surgía la autoridad del cacique.
El sistema económico se caracterizaba por el colectivismo ya que no tenían sentido de la propiedad individual. No podemos hablar con seguridad de la tenencia de la tierra debido a la falta de registros documentales y a su itinerancia. No obstante, como ya dijimos, tenían sus lugares de identidad. Allí, enterraban a sus muertos, realizaban ceremonias y volvían después de una casería o una guerra, podemos arriesgar la idea de tenencia colectiva del lugar y de la tierra. Resulta difícil interpretar ciertas conductas vinculadas con su relación con el medio y la tierra. Ello se debe a que no se estudió ni se observó en su tiempo. Tampoco dejaron tradiciones orales, como si no tuvieran mitos fundantes. La parquedad de estos americanos impidió que los cronistas tomaran nota de muchos aspectos de su cultura espiritual e ideológica.
Por lo mismo, sabemos poco sobre sus creencias religiosas: aparentemente, creían en un ser superior al que llamarían Gualicho. Lo importante era el culto a los muertos, indicaría la creencia en un alma inmortal o algún tipo de vida después de la muerte. El duelo por un familiar era complejo: mucho llanto, flagelaciones como cortarse falanjes e inferirse cortes en el cuerpo. Alrededor de la tumaba, colocaban una empalizada y algunas ofrendas; cuando usaron el caballo, solían dejarlo atado junto a la tumba de su dueño.
Los conocimientos científicos eran escasos. Tenían un sistema de numeración de base cuatro.
En las próximas entradas, agregaremos alguna información sobre costumbres charrúas y su relacionamiento con el hombre blanco.
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1 comentario:
Gracias Aurora...me estoy interesando por conocer más acerca de los charrúas. Resulta ser que mi abuela era hija de un medio charrúa del centro de Entre Rios. Y como veo en mi rasgos de mi abuela, me preguntaba cuánto hay de charrúa en mi. Siendo que resulto de la mezcla de franceses, italianos y españoles, es difícil discernir bien.
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