Clementina
Los medios dispararon una noticia trágica: una beba habría sido asesinada por sus padres al nacer.
Los comentarios de la prensa usaron todos los adjetivos imaginables para comentar el hecho. La población acompañaba con palabras que expresaban el horror ante semejante crimen.
El asunto pasó a la policía y la justicia. El padre negaba su participación, afirmaba que ni siquiera sabía que su mujer estuviera embarazada. Tampoco lo sabía la familia cercana ni los vecinos que veían a Clementina todos los días.
Ningún medio había mostrado fotografías de los involucrados, los primeros días fueron de estupor e incredulidad. La pregunta salía sola: ¿Cómo un marido puede ignorar el embarazo de su mujer?
Finalmente, un periódico mostró fotografías y dio el nombre de la mujer, era Clementina.
Mientras hojeaba el periódico, al pasar por la sección policial, me llamó la atención un rostro conocido. Nunca leía esa sección, por principios, por piedad o por pudor. Pero aquella cara me hizo volver a la página policial. Era ella, la gordita Clementina. La misma, con su rostro inexpresivo, sin sonrisa, con un pliegue en el entrecejo.
La conocía de la época estudiantil. Pobre Clementina. La naturaleza no le había aportado nada a su condición de mujer. Fea, gorda, baja, nada en ella podía atraer las miradas de los hombres. En las fiestas estudiantiles, Clementina terminaba sola en un rincón. Nadie la invitaba a bailar, ni la rodeaban para hacer o escuchar cuentos. Tampoco la elegían para los juegos.
Tenía buenas amigas, empezó a ir con ellas a bailes para mayores de dieciocho años. El resultado era el mismo: nadie se acercaba a bailar con ella. Sus amigas la llevaban a la pista, Clementina se soltaba a bailar, pero, poco a poco, varios jóvenes se acercaban a las amigas y otra vez, Clementina al rincón.
Por un tiempo, abandonó los bailes, daba excusas a sus amigas. Así pasó como dos o tres años. Las otras estaban con novios, alguna se había casado. Clementina seguía sola, cada vez más sola porque sus buenas amigas dedicaban tiempo a sus novios o esposos.
Una noche de neblina y hastío total, se vistió y se encaminó sola a un lugar bailable, Ya tenía veintitrés años.
Había hecho dieta especial y mucha gimnasia para bajar de peso, iba a la peluquería y, hasta se hacía maquillar por expertas.
Miró el lugar con una mezcla de nostalgia y dolor. Se acercó a la barra y pidió una copa bien fuerte, luego otra y otra. La música vibraba y la libido de Clementina también. Se metió en la pista a bailar desenfrenadamente. Entre las luces y el ruido, se encontró envuelta por brazos masculinos. El alcohol y el ruido no le daban oportunidad para pensar ni para mirar la cara de su acompañante. Envueltos en un abrazo feroz giraban en el mismo lugar. Los instintos afloraron con toda su fuerza. Salieron del local del baile en dirección a la arena de la playa.
Clementina iba saliendo de los efectos del alcohol. Tomó conciencia que reposaba junto a un hombre en la arena fresca. Su ropa estaba a su lado y la luna le iluminaba el cuerpo.
La pareja intercambió algunas palabras mientras Clementina se vestía
Caminaron hacia la rambla. El hombre le preguntó cómo volvía a su casa. Ella le indicó una parada de ómnibus a unos cien metros. Siguieron juntos hasta allí. El ómnibus apareció, Clementina puso un pie en el escalón, miró hacia atrás y vio una mano que le decía adiós. Se sentó en el primer asiento, el ómnibus venía casi vacío. Miró por la ventanilla y vio una silueta negra perdiéndose en una esquina
Llegó a su casa cuando el sol mostraba sus rayos en el cielo. ¿Dormir? Imposible. Deambuló de una habitación a otra. Estaba cansada y el efecto del alcohol se hacía sentir en una fuerte cefalea. Se acostó vestida. Miró el techo por unos instantes, luego, el sueño la ganó.
Despertó tarde, el sol ya arrojaba sombras de atardecer. Estuvo un largo rato en la ducha. Revisaba su cuerpo mientras aumentaba la espuma del jabón. No pensaba, no proyectaba, no se arrepentía, ni reprochaba.
-Ya está, se dijo.
Retomó su rutina. Los días pasaban sin nada distinto.
Cierto día fue al supermercado, mientras examinaba un producto, se le cayó el bolso. Un joven se lo acercó y, al alcanzarle el bolso, le rozó la mano. Clementina caminó unos pasos, miró hacia atrás y se encontró con los ojos del joven desconocido. Era buena conversadora, por lo que no fue difícil entablar una conversación. Recorrieron juntos las góndolas. Clementina terminó sus compras y Fabián, que así se llamaba su acompañante, la invitó a tomar un refresco. Conversaron mucho. Concertaron otra entrevista en el supermercado. Las entrevistas se sucedieron varios días.
Finalmente, descubrieron que estaban enamorados. Tan enamorados que él le propuso matrimonio.
Fabián había empezado a trabajar hacía poco, no ganaba mucho, tampoco Clementina. Hicieron cálculos, comprarían lo indispensable. Podían vivir en casa de la madre de Fabián que tenía habitaciones y baño en el fondo para cuando recibía a parientes del campo.
Pensaron que en cinco meses podían tener lo mínimo y casarse.
-Eso sí, dijo Fabián, por ahora, no podemos pensar en tener hijos.
Clementina estuvo de acuerdo, debían organizarse más, quizá, conseguir empleos mejor remunerados. Por lo menos, un año de espera. Les molestaba porque, ambos deseaban tener un hijo, siempre lo hablaban.
La boda se realizó con gran sencillez, no hubo viaje de luna de miel, se quedaron en su hogar, era lo que más querían y lo único que podían hacer.
Clementina estaba feliz. Lo único que le preocupaba era que volvía a tener sobrepeso y desarreglos hormonales que le impedían menstruar. Visitó al médico, éste le dijo que era previsible, ella tenía esas irregularidades. La boda le habría generado un poco de estrés.
Pasaron dos meses y la inquietud de Clementina no se hizo esperar. Recordó el baile, se vio acostada en la arena con aquel desconocido. Volvió al médico y le contó todo. Los análisis confirmaron un embarazo.
-Ay! Fabián y ay de mí, atinó a decir.
Caminó hasta su casa, su marido llegaría en una hora. Preparó la merienda como una autómata. No tenía ninguna coartada. Estaba tan acostumbrada a esperar, siempre, el tiempo decidía por ella.
Cada vez se veía más grande. Las amigas le decían que había vuelto a engordar. Clementina no respondía. Le insistían que volviera al gimnasio y a su dieta de adelgazamiento. Una de ellas le preguntó si no estaría embarazada.
-Que no se te ocurra preguntar eso, y menos en presencia de Fabián, contestó con un tono al que sus amigas no estaban acostumbradas.
Fabián sintió unos gemidos que lo despertaron. Clementina estaba levantada, no la vio en la cama. Se dirigió al baño y la encontró dando a luz una niña. En medio del asombro, salió en busca de auxilio médico. Cuando regresó, la niña estaba muerta, la mató Clementina.
Llegó la policía, ambulancias, familiares. Todo había terminado.
Ambos fueron juzgados y encarcelados, Clementina por homicidio especialmente agravado y Fabián, por encubrimiento.
Fui a visitar a Clementina a la cárcel y me contó esta historia. Cuando terminó le dije: “Que Dios te consuele”
-No creo que quiera, me contestó-
Salí pensando a quién se refería en ese “No creo que quiera”, si a Dios o a ella.
Las investigaciones policiales y judiciales continúan
La prensa sigue con la noticia en primera plana “Se investiga sobre el asesinato, por parte de los padres, de una niña recién nacida”.
Aurora Martino
lunes, 24 de marzo de 2008
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1 comentario:
Hola Aurora!! Estoy de nuevo por los pagos, así que pasé a dejarte un beso grande y de paso te hago un comment.
Hay una frase que resume mi sensación al leer este cuento: "Que Dios te consuele".
Un abrazo
Sil
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