sábado, 8 de septiembre de 2007

Uruguay literario: uno de mis cuentos, "Julia y los otros"


Julia y los otros

Julia se sentía extraña en este mundo. Sus acciones y dichos eran mal interpretados, cuando no, objeto de burla y hasta desconfianza.
El ser humano era lo que más le interesaba. Se dedicaba a las personas como el jardinero que busca regar la tierra a fin de que las plantas florezcan en libertad.
Consideraba a los humanos como la gran maravilla de la Creación, polvo de estrellas y re-creadores del Universo. Solía decir que el alma humana tiene más constelaciones que el firmamento. Por eso, se ocupaba en lograr que cada uno desplegara ese mundo de constelaciones.
El desencuentro la llevó a observar que las palabras tenían distinta significación para unos y otros. Si eso ocurría, la comunicación se volvería imposible. Sobre todo, porque las conversaciones no daban lugar a la reflexión ni a la fundamentación, se imponía un lenguaje formalizado, casi autoritario. El “no” y el “sí” dominaban y se instalaban como un gran muro separador de las personas. Llegó a dudar de su propio entendimiento y a suponer que vivía una suerte de alienación. Nada mejor que recurrir a la ciencia. El Psiquiatra le dijo que su mayor fortaleza era su intelecto. Después de varias pruebas técnicas, le reconfirmó que tenía un alto nivel de razonamiento, así como creatividad, manifestación máxima de la inteligencia. El Neurólogo estudió sus neuronas y lucían como si fueran adolescentes. Por ahí, todo bien. Debía buscar por otro lado.
Fue a un hipermercado y encontró a una multitud de individuos colocados en las góndolas y escaparates. Estaban bien ordenados en los estantes. Todos lucían una etiqueta y un precio. Observó que cada uno asumía una postura propia como si un titiritero lo manejara a través de hilos tan invisibles que ni su conciencia podía verlos. Se miró en un espejo grande y no vio que ella llevara ni etiqueta ni precio.
Quiso ir al lugar donde se colocaban las etiquetas y el precio. Entró a un salón donde reinaba un orden imposible de definir. Un hombre hierático la instaló en una silla sin dejar de mirarla y examinar todos sus gestos y movimientos. El hombre miró el reloj y dijo lacónicamente que era hora de empezar. Ella le manifestó que quería averiguar sobre la etiquetas.
-Y precios, interrumpió el hombre. Estamos en el mercado, agregó, es la ley que nos rige, así que etiqueta y precio.
Julia no sabía qué decir, dejó que hablara el hombre de traje oscuro. Éste repitió lo de la ley del mercado y dijo:
- Usted es un producto, según sus características y funcionabilidad tendrá su etiqueta y su precio. Ahora, continuó, debo examinarla y medir sus características.
Sometió a Julia a un interrogatorio impreso en una computadora donde iba colocando marcas en ciertos recuadros.
La mujer esperaba y miraba al hombre, ahora con cara de problema. Hasta lo vio llevarse la mano a la frente, como si pensara. El silencio dominaba el ambiente.
Por fin, su interlocutor habló:
- La computadora no me muestra ninguna etiqueta ni precio para su producto, usted, aquí no existe, aclaró. Estoy en un programa estándar.
Anunció a la joven que iba a ingresar a otro programa. Finalmente, le dio el resultado:
- Su producto aparece con una vieja etiqueta llamada Dignidad Humana, tiene poco valor, es más, no aparece precio definido, no puede entrar al mercado en estas condiciones. Necesitamos etiquetas funcionales a las leyes de intercambio comercial y ésta no lo es. No podemos calcular el precio porque no es competitiva, no tiene marco de referencia en ningún circuito de transacciones como bolsas o bancos.
Julia abandonó el salón como si despertara de un sueño. Al menos, se salvó de ir a parar a una góndola, debería ser fría como un féretro.
Deambuló por calles y parques, disfrutó la armonía de la naturaleza y la sonrisa de los niños. El aire la acariciaba y le entregaba fragancias de frutas, maderas, flores y sudor del trabajo de los obreros que empujaban bloques de cemento. Se propuso olvidar a los individuos de las góndolas porque le producía mucha insatisfacción.
En su andar, encontró a Graciela. Le contó lo que había visto. Graciela ya conocía ese lugar y se había propuesto desarmarlo. En eso andaba. Buscaba personas fuera de las góndolas a los que llamaba los “no contaminados” o los “no etiquetados” indistintamente. Su plan era simple: volver a demostrar a cada persona que tenía libertad y dignidad por su sola condición humana. Lo difícil era reunir a los que todavía eran personas.
Julia se ofreció para acompañar en la tarea. Graciela le advirtió que era una actividad difícil, tenía mucho costo emocional y los fracasos predominaban sobre los éxitos.
-No me importan esas dificultades, siempre serán más positivas que resignarse. No quiero imaginar a toda la humanidad ordenada en las góndolas del supermercado, concluyó Julia.
La otra mujer le contó sobre su estrategia y los lugares donde había rescatado seres humanizados. Estos seres recuperaron su conciencia, su valor, su solidaridad y su compromiso con el resto de la humanidad.
-Los encontré aislados y en lugares variados, continuó Graciela: asilos, iglesias, viviendo solos en sus casas, caminado por las calles, sentados en las plazas.
-¿Cómo los descubres y te acercas a ellos?, preguntó Julia.
- Las miradas son el primer indicador, contestó Graciela.
Luego, observaba sus rostros, encontraba vestigios de sonrisas olvidadas y ojos que escondían lágrimas reprimidas. Suelen estar inclinados, miran hacia el suelo y todos sus gestos son de huída y temor. Lo difícil es iniciar una conversación con ellos, están muy acostumbrados a la soledad y la incomunicación. Cuando se encuentran las palabras justas, se inicia el diálogo a propósito de cosas triviales. Por lo general, el tema actúa como un disparador que muestra un tesoro acumulado y escondido. Sacan una cascada de ideas y palabras que empiezan a mostrar su personalidad.
Algunos son difíciles de abordar. Muchos son víctimas del ruido que los confunde. Los medios y el mercado les muestran una multitud de objetos y pocos pueden evitar la esclavitud, expresada como incapacidad para elegir libremente. Sin saberlo, van camino a la góndola del supermercado.
Otros conservan ideales, utopías y el deseo de construir un mundo mejor.
Graciela entendió que Julia estaba dispuesta a acompañarla. Se alejaron de la ciudad por una autopista zigzagueante de vehículos. Julia miraba un paisaje nuevo más allá de la autopista, Graciela giró el automóvil e ingresó a una ruta entre montañas. Un valle arbolado surgió ante la vista de las mujeres. Graciela anunció que estaban llegando a la comunidad de los “no etiquetados”, los libres.
Cruzaron el bosque y apareció un gigantesco edificio de cristal, era el lugar de entrada. Graciela dijo a Julia que debía permanecer allí, era el requisito previo. El salón de cristal lucía luminoso, allí era el lugar de reflexión. Un equipo de médicos, psicólogos, filósofos, teólogos de todas las religiones, artistas, antropólogos, y sociólogos recibieron a la joven aspirante. La sesión trataba de que la persona se encontrara a sí misma mediante una búsqueda interior. Luego, Julia salió a recorrer la comunidad. Vio paneles solares recogiendo energía desde una ladera, un centro de investigaciones, hombres y mujeres trabajando en huertas y jardines. Los escultores daban forma a la roca viva y los carpinteros transformaban la madera en objetos útiles cargados de originalidad. Había fuentes, cataratas y lagos creados por los que allí vivían. Todos trabajaban en lo que más les gustaba pero, recibían una rigurosa formación para perfeccionar sus aptitudes y cumplir sus proyectos. Los centros de estudios eran variados y abundantes.
Julia se enteró que la comunidad integraba una red con otras de distintos puntos de la tierra. Eso explica la sofisticada tecnología que manejaban ingenieros, médicos, investigadores y agricultores.
Lo que no había era casas bancarias porque no usaban dinero, todos aportaban con su trabajo y todos recibían lo que necesitaban.
Los rostros expresaban alegría y distensión porque no existía la violencia. El ocio era parte de la vida. Lo usaban para bailar, cantar, navegar por Internet, nadar en los lagos, leer, escuchar y ejecutar música, practicar deportes o pasear.
Julia respiraba libertad. Se le dio a elegir su trabajo, optó por la investigación antropológica y se incorporó al equipo de antropólogos.
Una tarde, le avisaron que alguien requería su presencia, era desconocido en la comunidad. Julia estuvo frente a frente con el hombre de las “etiquetas”. Vestía el mismo traje oscuro y mantenía su postura hierática. Habló antes que la joven preguntara o expresara su asombro.
-La seguí por el chip que coloqué en su mano, dijo el hombre. Julia se miró las manos. El hombre le señaló el lugar en la palma, donde las manos se juntan en el apretón del saludo.
¿Qué es esto?, preguntó a la joven. No figura en mis registros, continuó.
- Es que está fuera del mercado, respondió Julia.
- Buen lugar para turistas, reflexionó el hombre. Se puede vender bien, sería turismo ecológico. Tomé fotografías aéreas, continuó diciendo. Es un paraíso para los que buscan turismo de aventura o turismo de contacto con la naturaleza. Además, agregó, es una “rareza”, la gente quiere novedad.
-Julia lo miraba azorada. Usó el teléfono celular para comunicarse con los expertos diseñadores del sitio. Pronto estuvieron allí y enfrentaron al desconocido. Éste les repitió la misma historia.
Ante la negativa, amenazó con trámites legales, invocó el derecho de propiedad.
-Estamos cubiertos, respondió uno. Sabíamos que debíamos regularizar esa situación, este sitio nos pertenece: lo compramos.
-¿Cómo lo hicieron?, preguntó el hombre, algo desconcertado.
-Muy sencillo, vendimos todo lo que teníamos antes de venir aquí. Así logramos este lugar colectivo.
- Si no tiene nada más que preguntar, la visita ha concluido, dijo el mayor de los expertos. Extendió la mano para saludarlo, Julia se interpuso.
-Te va a colocar un chip, no le toques la mano, advirtió la joven.
-No temas, dijo el anciano, nuestra tecnología es superior. Ya detectamos tu chip, te lo dejamos para averiguar la causa, nos dimos cuenta que tú no lo sabías. También, sabemos que este hombre tomó fotografías de gran altura. Pero ya se las inutilizamos.
El desconocido amenazó con superar sus recursos técnicos. Ello generó preocupación porque la posibilidad existía.
Los expertos de la comunidad se reunieron en el salón de cristal. Eran conscientes del peligro.

Aurora Martino

1 comentario:

aurora dijo...

A los blogueros amigos, Luciano y Abraham, les recomiendo este cuento: "Julia y los otros". Es una mirada sobre la postmodernidad, las reglas del mercado, la búsqueda del reencuentro con la armonía de la naturaleza.Recomiendo a todos entrar a:"abrhamsiloe.blogspot.com" y a "www.ltmvoruz.blogspot.com"