La historia del oro uruguayo II
Un primer timador
Veinte años más tarde, los franceses de la Compañía de Oro del Uruguay abandonaron el terreno. De esa manera, surgió la Goldfields of Uruguay, cuya casa matriz tenía sede en Londres, Inglaterra.
El administrador de esta empresa había adquirido acciones de la misma en la Bolsa londinense y, con un sueldo en libras esterlinas, desembarcó en estas costas para confirmar la existencia de oro, cosa que sus mandantes no parecían creer con el mismo optimismo que él.
Él - en apariencia un dubitativo funcionario londinense - se arrimó personalmente a la mina y poco despues urdió un plan que consideró salvaría su prestigio: fundió parte de las monedas que recibió por concepto de salario, les dio forma de pepitas y las envió a Londres.
Aseguró que se trataba del material aurífero recogido en los socavones criollos. Como consecuencia del engaño, las acciones de la Goldfields ascendieron su cotización vertiginosamente. Del astuto pionero, nada volvió a saberse.
Las minas siguieron siendo explotadas, y en 1894 se produjo el retorno de los franceses que permanecieron hasta 1909, año en que la Compañía Uruguay Consolidated Gold Mines Ltda. de Londres asumió continuar con la extracción. Al estallar la Primera Guerra MundiaL, en el año 1914, los funcionarios británicos serían llamados a filas para ya no retornar.
Un segundo timator.
Entre 1935 y 1942, Usinas y Teléfonos del Estado (hoy UTE), se hizo cargo de la extracción aurífera en Minas de Corrales. Al frente de las investigaciones se invistió a un ingeniero inglés, apellidado Grierson.
Se reiteraron las maniobras fraudulentas, porque cada vez que en las excavaciones se descubría alguna veta importante, el mencionado señor, ordenaba a los obreros que clausuraran los trabajos en el lugar.
En medio de la alarma de los mineros, el flemático británico optó también por huir. Pero con menos suerte que su predecesor, fue detenido en el puerto de Montevideo. Al inspeccionarlo, los funcionarios aduaneros pudieron comprobar que intentaba llevarse una maleta repleta de lingotes de oro. Tres meses más tarde, moría en la cárcel.
Una historia de asado, vino y un desaparecido
En 1953, se produjo el desembarco de un nuevo investigador. Dijo llamarse Frederich Franz Swartz, nombres y apellidos a los que les acomodaba la procedencia alemana.Dijo – también - ser ingeniero de profesión. Venía huyendo de Bolivia como consecuencia de un levantamiento minero. Pronto se constituyó en una celebridad regional como resultado de las desmesuradas fiestas que impulsaba.
Swartz resultó ser un animado degustador del asado con cuero regado con vinos tintos. Pero más allá del inesperado talante festivo del germano, las dilaciones que se producían en los pagos de salarios inquietaban a los mineros que empleaba.
Un buen día, luego de marchas y contramarchas, Swartz anunció que finalmente cancelaría los pagos adeudados. Para ello, naturalmente, organizó una animada fiesta en la que no faltaron sus dos pasiones: el asado y el vino. Entonces, en medio del festejo, sucedió lo inesperado: Swart se desmaya y debe ser trasladado de urgencia a Tacuarembó. Rumbo al Hospital departamental, el ingeniero logra ponerse a buen reparo de médicos y acreedores: toma un avión y desaparece.
Posteriormente se sabría que ni siquiera era alemán. Había nacido en Buenos Aires.
(Datos extraidos de la revista Posdata Nº 162)
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